lunes, 14 de diciembre de 2020

LA HISTORIA SE REPITE.

 23 de febrero de 1981. 

La historia se repite porque aquel proyecto les salió a las mil maravillas; un casi perfecto ¡abracadabra! circense; una vuelta a la tortilla -sin huevos- que después de varias vueltas en el aire al caer plana y plena sobre la sartén les está resultando la mar de rentable. De ella comieron y siguen comiendo quienes, imitando a Maquiavelo en estado de gracia, lo pergeñaron, y pusieron en marcha utilizando como vaselina de la fina para su penetración, a los pasilleros de acá para allá "maleables residuos" que como excremento residual generó el culo del Movimiento Nacional; también comieron, estos "contantes y sonantes" dineros, los hambrientos bolsillos de los políticos recién paridos por la Democracia (algunos con el desteñido azul mahón aún fresco sobre sus carnes y otros, cubriéndose con la obrera pana, pero sin callos en las manos); los inútiles que accedieron a un escaño, por ser reses de partido, no porque fueran los mejores y tuvieran cosas que aportar, sino por no tener mejor herramienta para ganarse la vida. Y ¡cómo no! también los "parteros", personajes orondos que ocultos en las sombras les ayudaron a nacer y ¡hala! Allí les pusieron.

Desde esa posición en la gran mesa repleta de vituallas de esta Democracia; desde aquel mismo instante se vienen repartiendo sus ricos manjares a padres (¿verdad señorito Errejon?) de los políticos -de los que les tuvieren-, para los maridos y las maridas, queridos y queridas, según por donde se busque al gusto: por la Proa o por la Popa, hermanos y hermanas, hijos e hijas y... ¡Claro que si! Los allegados. Esas criaturitas a las que estos necios -a los que la mayoría silenciosa les señalaría de gilipollas- les han quitado la natural denominación de origen: parejos, parejas sentimentales; follamigas o follamigos. Títulos nobiliarios de la rijosa nueva aristocracia que ya resultan muy reconocibles para cualquier hijo de vecino, aunque nada más se sea una persona normal.

Las segundas partes, dicen que ocurre nunca fueron buenas -menos la del Padrino-. También para la maldad se necesita, si se quiere de verdad hacer daño, utilizar la inteligencia con eficacia. Tremendo contratiempo; de eso, mira tú qué cosa, queda poco... Casi ná y menos, que diría el flamenco.

Aquel 23-F, se montó, aceptémoslo, alcanzando con total éxito las dos metas propuesta: cepillarse al Ejercito vocacional y patriótico, a sus generales y demás oficiales de prestigio, sustituyéndole por un Ejercito funcionarial y con sordina, en manos de políticos; prestigiar la Democracia, como su vencedora. Y como propina: subir a los altares democráticos a don Juan Carlos I.

El nuevo proyecto corrector: 23-F bis, sin los mimbres de aquellos genios malignos que, como directores profesionales, dirigieron aquella película. Estos minundis la han hecho nacer de cualquier manera; lejos de aquella superproducción -como los antiguos títeres rurales-. Y es que ni exprimiendo con tesón el conjunto total del cerebro de la tropilla gubernativa, se podría sacar la suficiente inteligencia necesaria para hacer un aceptable remake. 

No les da para más. Ese es el motivo por el que han sustituido la presencia en el filme del general don Jaime Miláns del Bosch, por unos ex militares añosos, varios de ellos jubilados hace décadas de sus obligaciones cuarteleras, como "peligrosos golpistas" amenazadores de la democrática convivencia nacional y del tan trabajosamente logrado Estado del Bien Estar.

Muy desesperado ha de andar este gobierno que camina a dos patas (socialistas y comunistas) que preside el jacarorítmico Sánchez, para utilizar la candidez -¡mandar una carta al Rey, don Felipe de Borbón, con preocupaciones patrióticas!- de unos ex militares cuya actual misión diaria, la de alguno de ellos, es sacar cada mañana a su mascota canina a hacer "sus cositas" en la calle. Ex militares que ya cambiaron el sable por el bastón -alguno de ellos para mantener el recuerdo de su marcialidad-, y que también cambiaron el traje de campaña y las recias botas, por la bata de andar por casa, unas cómodas y cálidas pantuflas. También parece que cambiaron el sentido común, por una estúpida esperanza.

Eloy R. Mirayo.



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