viernes, 11 de enero de 2019

ENCABRONADOS EN SU OSCURIDAD INTELECTUAL.

Es como la divisa que señala la pertenencia a alguien a algún tipo de manada o rebaño; 

la seña de identidad que uniforma y masifica a los rojos y rositas de este país: la gilipollez. En muchísimos casos, también forma parte de la señal identificativa, esa especie de comportamiento raro, como de tener una parte del cerebro necrosada, de lo que hay quienes dicen, que poseen las personas que no han asimilado con naturalidad no tener, como el resto de personas de este mundo, un padre, bueno o malo, pero legalmente reconocido, que al menos les diera sus apellidos.

Son dañinas criaturas seudo humanas que ni siquiera son capaces de reconocer el valor de las palabras; 

ni son capaces de comprender si esas palabras que a duras penas llegan a poder barbotear (por ejemplo "franquista"), son insulto o elogio (que, sin meterme en más explicaciones, asumimos las personas decentes con orgullo, cuando así se nos señala), aunque ellos en la profundidad de su estulticia, las usan en cualquier caso y circunstancia. Pero curiosamente a pesar de su congénita gilipollez, viven, si, viven, pero encabronados en su oscuridad intelectual, creyendo que son la "fresa con nata" de la ilustración universal. 

Un ejemplo de eso lo ha mostrado, asomándose a los medios de comunicación, tan proclives al nuevo rico hacendado de la serranía madrileña, Pablo Iglesias, 

al que el "morado" de su partido, parece que le va alcanzando. 

El buen hombre, presunto poseedor de un dato desconocido por la sociedad española, se ha sentido necesitado en hacer partícipe a los españoles y al resto del mundanal mundo, el que, a su buen criterio, macerado en el templo rojo de las ciencias políticas (métaselo usted en los güevos), "los hombres feministas (tal vez dando por sentado que el feminismo es rojo) follan mejor".

No voy a quitarle al propietario de la millonaria mansión en Galapagar la razón de algo que quizás él tenga asumido, por la experiencia de haber conocido a un feminista que se lo hubiera podido demostrar, fehacientemente, con un tubo de Hemoal a mano, para después; 

o porque alguna fémina cercana: una follamiga, una afiliada calentorra iniciada en los wateres universitarios y los wateres -o, simplemente contra la barra sucia de bebidas, del abigarramiento de algunos de los garitos del barrio de Malasaña-; o tal vez ¡vaya usted a saber! alguna circunstancial compañera de Pikolin, 

perita y propietaria de experimentada vagina en hombres de todas las etnias, tendencias políticas, credos religiosos y hasta en los infinitos militares que existen en el Mundo, y de toda clase de graduaciones y entorchados -como La Madelón: del soldado o soldada rasa/o, al general más estrellado- se lo haya asegurado con toda la razón de su ciencia alcanzada utilizando para ello la propia proa, la popa, el estribor y ¿cómo no? su babor. 

O lo que viene a ser lo mismo: por delante, por detrás y por todos los lados posibles y hasta los más inverosímiles que el más imaginativo, pueda pensar.

Yo llevo cincuenta y dos años de feliz matrimonio, y jamás he usado la palabra follar, porque mi mujer y yo, siempre hemos hecho mucho e inmejorablemente hecho, el amor. Y aún nos seguimos queriendo. Y, cuando nos llega la "hora de irnos", lo haremos sin jamás haber follado.

Eloy R. Mirayo.


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