Para demostrar el auténtico valor de los andaluces, esperemos que, gracias a la salida de la plaga de sanguijuelas socialista; la llegada del nuevo gobierno, con decencia y mejores ideas, sea la rampa de lanzamiento para que Andalucía pueda alcanzar el nivel de bienestar que se merece.
Esperemos que los nuevos encuentren la forma de fomentar el empleo, digno y seguro, que encamine a los andaluces por la buena vieja senda que vuelva a llevar dinero a sus muy sacrificados bolsillos.
Jamás, y tan sin razón, han sido tan vilipendiados los andaluces, en el resto de España, no haciéndoles cambiar sus malvados adjetivos: "vagos y juerguistas, con vértigo al trabajo; gente vil, que lleva toda su vida aprovechándose de lo que crean el resto de españoles", ni el comportamiento que muchos cientos de miles de andaluces que con su trabajo, ayudan a la economía de las Vascongadas; la economía (por usar un solo ejemplo, la Editorial Planeta,
creada por el andaluz nacido en Sevilla, don José Manuel Lara) de Cataluña;
la economía de Madrid; en cualquiera de las demás comunidades españolas, y hasta en el extranjero.
Una mentira vertida desde el racismo residual del separatismo añejo de algunos lugares de España que, a pesar de ser quienes más ayudas han recibido y siguen recibiendo del gobierno, siempre se lamentan, los muy hijos de puta, farfullando el ¡España nos roba!.
Trabajo adecuadamente remunerado es lo que toda sociedad necesita para poder funcionar con normalidad y sin sobresaltos. Y, para que exista trabajo, lo que se debe hacer es crear el clima apropiado para que empresas de todo tipo de industrias se puedan crear, apoyadas por la autoridad competente, haciéndoles, entre otras cuantas cosas, sencillos y rápidos los trámites, de cualquier índole que a ellas les atañe.
El dilema de si fue primero el huevo o la gallina
se repite en cierto modo en el movimiento vital de la sociedad moderna: sin empresa no hay trabajo; pero, sin consumidores, no puede existir ningún tipo de empresa. ¿Entonces?
Los gobiernos del primer mundo, a la Industria mundial, a los hacinadores de riqueza;
a los especuladores sin escrúpulos, deberá obligarles a aceptar, del mejor grado posible -teniendo en reserva la fuerza- que ellos no son los únicos seres humanos con derecho a vivir; a comer todos los días; a cubrir sus cuerpos del frío invernal y del calor del verano o a recibir atención médica.
Que sus actividades, legalizadas en muchos casos por sus influencias sobre la política, no pueden además, ser munición graneada contra los derechos de los demás. Que no pueden utilizar el poder económico de sus empresas para deslealmente arruinar a la competencia, vedando la posibilidad de entrar en el mercado. Que el desalojo de trabajadores de las empresas, relevados por robots, tiene que tener un punto final.
Estamos llegando hasta el disloque de hacer los niños utilizando pequeños robots (lo que ahora es una bendición para las familias que no pueden engendrar de forma natural acabará por ser la práctica habitual ).
Y también, de buen talante -conservando la fuerza-, advertirles que, según el nivel de sus "bolsillos", también sería el nivel de sus aportaciones al Estado; que como todos sabemos representa al conjunto de los ciudadanos de un país.
Quizás ahora Andalucía, podría ser, en "miniatura" un buen banco de pruebas de alguna idea correctora que alivie, por ejemplo, al pequeño y mediano comercio, privando a los tiburones del macro comercio de los grandes privilegios que "graciosamente" les han regalado tanto el PP, como PSOE.
Andalucía, dejada casi en barbecho por los "sacabocaos" amigos y seguidores en fechorías de los "siete niños de Ecija" está, por su desgracia, en las mejores condiciones para empeñarse en ese tipo de experimentos: por un lado, porque derruido todo por falta de atención, está todo por hacerse de nuevo.
Y por el otro lado está, el muy inteligente pueblo andaluz, que es un maravilloso material humano -de máxima calidad- que, "con buen pene, bien..." (una buena inversión, adecuadamente dirigida), es capaz de hacer verdaderas virguerias.
Eloy R. Mirayo.
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