No es la Democracia un edificio de hormigón que resiste cualquier tipo de amenaza, sino que ella es una seria amenaza; seguro que la más seria para el desarrollo armónico de la humanidad.
No soy la persona más capacitada y tampoco tengo facilidad para acceder a toda la información científica que sería deseable para explicar al cien por cien, hasta qué punto la Democracia, en vez de dedicarse en cuerpo y alma, como se dice por sus "cantores", a buscar y encontrar la forma de igualar las posibilidades de todos los humanos, lo que ha conseguido de forma que debería ser admitida sin discusión, es empeorar aún más el desequilibrio existente, dejando lo positivo: las riquezas y los lujos en uso y disfrute de unos pocos privilegiados, mientras las escaseces y miserias, sin siquiera conceder el mínimo resquicio a la posibilidad de que la "Indigencia General", llegara a tener la tentación de intentar corregir la situación.
Estas son según Google, por orden de aparición en fotografia, Jeff Bezos; Bill Gates; Warren Buffette; Amancio Ortega; Mark Zuckerberg; Bernar Arnault; Carlos Slim; Larri Ellison; Larri Page; Ingvar Kamprod.
No son los cientos de miles de millones que suma la riqueza insultante de estas diez personas lo que nos debería preocupar; lo que resulta verdaderamente importante es el poder destructivo del que disfrutan y que hasta la fecha nadie se ha entretenido en denunciarlo. De estas gentes perniciosas para la humanidad -sin excepción- lo que más se conoce es la donación de unos millones de euros o dólares, según su origen, para renovar cualquier cosa que ya estaba funcionando -unos pocos, no vayamos a exagerar- y que en el normal funcionamiento apenas si dejan huella.
Lo que sí deja huella son los modos empleados para que, esas y otras cuantas personas más, vayan haciendo crecer los dígitos de si riqueza.
Esas huellas, sin salir de Madrid, ciudad donde resido, están impresas por la casi totalidad de sus calles. Cualquier madrileño
con algo más de cincuenta años, recorriendo las calles tradicionalmente comerciales, echará de menos las ebanisterías, carpinterías, tapicerías, tiendas de ultramarinos, lecherías, cerrajerías, hueverias, sastrerías, talleres de zapatería...
En torno al pequeño comercio del que vivimos mi mujer, Julia, mis hijos, Rufino, Jaime, y yo, están abiertos al público un Carrefour grande, otro Carrefour de "urgencias", un Ahorramas, un Mercadona y un Supersol. Todo ellos, incluidos los edificios del Corte Ingles, separados entre sí por menos de doscientos metros. Y por si eso no fuera suficiente desgracia, está la venta online desde origen, y las empresas de entrega y retirada en mano.
Hoy las calles del barrio de Salamanca (Iglesia de nuestra señora de la Asunción, en la calle de Goya),
las de esta parte (de Manuel Becerra hasta la calle de Serrano, de la calle Ortega y Gasset a la Calle de Goya), fuera de los pocas oficinas bancarias que van quedando, de los puntos de venta de teléfonos móviles, casas de apuestas, mini casinos, unos cuantos bares y restaurantes, los "todo a cien" de los chinos; el resto de locales han quedado a la vista como cadáveres sin enterrar.
¿Qué tienen que ver esos súper millonarios? Mucho; porque para conseguir, como decíamos, que sus cuentas sigan creciendo, utilizan su fuerza para arruinar toda clase de competencia; incluso la más insignificante, no vaya a ser que llegue a hacerse epidemia.
Hablamos de Madrid, pero con el mismo discurso podría hablarse, sin mentir ni exagerar, de cualquier otra de las ciudades y pueblos de todo el mundo.
Y, así van a "panchas" con la política democrática. Algunos políticos profesionales de este sistema resultan "activos empresariales" de bajo precio y alto rendimiento.
Insisto, ¡en todo el Mundo! No presumamos.
Eloy R. Mirayo.
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