Él no se cansa de hacer el ridículo de todas las maneras posibles de hacerlo.
¿Un error de protocolo? No; el señor presidente, que no se cansa de decirlo ("¡soy el presidente del gobierno!") ha asistido cinco veces a ese mismo evento; por lo que hay que entender que más que un error, fue una imperdonable falta de respeto al Jefe del Estado, pretendiendo ponerse en el mismo plano.
Claro que en el pecado llevó la penitencia, al ser retirado por la persona que dirigía el Protocolo del acto.
Cualquier persona que por primera vez asiste a tan importante acto y, por desconocimiento del desarrollo protocolario, comete ese mismo error sería excusable. Y siendo una persona normal, cargaría con su acción, en el mayor de los silencios.
Ese no es el caso de los soberbios sin clase ni cachet. "Yo no he hecho el ridículo, sino el rey, que se puso primero, siendo VI, restándome protagonismo ¡a mí!".
Al señor Sánchez, el presidente -no se nos enfade- aunque él quiera hacérnoslo ver de otra manera, lo que le pasó en la celebración del día de la Hispanidad, vino a ser como lo que le ocurrió a Jacinto, un joven noviete de humilde extracto social, que es invitado a cenar en casa de su millonario futuro suegro que, después de sorber la sopa con ruido, intentó, seguido por las atentas miradas de los demás comensales, trocear el solomillo con el cuchillo que normalmente se acostumbra usar para comer el pescado. Jacinto al poco tiempo se volvió silencioso ante la sopa y sabía distinguir y usar todo tipo de cubiertos, incluidos los palillos. Es un chaval inteligente. Esperemos a lo que hará el señor Sánchez en la sexta ocasión, si antes Dios, nuestro Señor, no nos ha echado un capote.
La Moncloa, o sea, el señor Sánchez -hace mucho que no lo escribo: presidente de este variopinto gobierno, por la gracia de la chusma- trata de escurrir el bulto de su ridícula posición a la derecha de los reyes, intentando colocar el garrafal fallo a la persona que estaba a cargo de hacer observar el protocolo; algo que no ha cambiado en los últimos cinco mil millones de años, exagerando por lo que merma con el frío, siempre que haya un "anfitrión" -Rey; Jefe del Estado, o Presidente de la Republica- con mayor dignidad. Y siempre que hay un anfitrión, aunque sea en un bautizo, precisamente él, es la persona de mayor dignidad.
Lo que le ocurrió al señor presidente es que, sin saber qué hacer -qué necesidad tuvo él de saber de dignidades, si no las necesitó para alcanzar al vuelo la presidencia-, utilizó lo que hacen los familiares de tercer y cuarto escalón del difunto, poniéndose al lado de la viuda y los hijos del finado, para también recibir el "apretón de mano" después del entierro.
Es una manera como otra cualquiera de querer disfrutar de un protagonismo aunque no les pertenezca, al tiempo que tratan de salir en "la foto".
La bochornosa retirada, la cara de la señora de Sánchez, en plena sensación de bochorno es como un indescifrable e intragable poema de Alberti que ¡hay que joderse!, ni siquiera él era capaz de darles buen sonido en su voz, como sería normal:
"creyó que el mar era el cielo, que la noche la mañana,
se equivocaba, se equivocaba,
que las estrellas eran rocío, que la calor era nevada".
La verdad es que esta paloma más que equivocada era gilipollas.
Eloy R. Mirayo.
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