jueves, 2 de febrero de 2017

"ESAS COSAS HAN PASADO SIEMPRE."

Siempre han ocurrido cosas (¡quien dice lo contrario!) pero, ni como lejano parentesco

se parecen esas cosas a estas otras cosas que están  pasando ahora. Ni en cantidad, ni en "calidad".

Hace muchos años, tantos que yo era entonces un crío, 

me asomé al balcón de la casa donde vivíamos en la calle Pelayo, de Madrid, porque oí a alguien gritar "¡al ladrón, al ladrón!". De la lechería que había debajo de casa, salió el dueño, un pasiego altísimo y fortachón, que agarró al ladrón como si fuera un pelele. 

Hago un esfuerzo de memoria

 y, desde aquel día hasta, por poner una fecha más o menos fija, noviembre de 1975, no me viene el recuerdo de haber vuelto a escuchar esa exclamación (no pongo en duda el que haya quienes en ese mismo periodo de tiempo lo haya escuchado una o más veces; no soy "discutón").

Lo que quiero dejar claro es que si, "esas cosas han pasado siempre;" pero, si la exclamación de entonces hoy a los habitantes de este país les proporcionara alivio o les sirviera para algo, el vocerío ¡¡¡a los ladrones, a los ladrones!!! sería atronador en los cuatro puntos cardinales y hasta trascendería hasta al exterior más alejado.

En este país se ha follado -perdonad que use tan basta palabra pero es que ayer dije fornicar, y se me rieron en la cara- 

pero la sensación es que ahora, niñas y niños llegan al mundo desde el útero materno con la idea clavada en el cerebro de pasarse la vida follando como leones. Tanto es así que, "como decíamos ayer" -esto no deja de ser una cursilería- el mayor número de infectados por las enfermedades venéreas atendidos en la clínicas especializadas son jóvenes de ambos sexos de entre 13 a 20 años y, si se les ha dado el derecho a decidir abortar a las folladoras adolescentes desde los 16 años, al margen de sus padres, es porque el número de preñadas en este país, es muy alto.


La Nueva España: "Del crimen del Monchito a los de Jarabo".

Siempre hubo crímenes en este país; muy de tarde en tarde, pero hay que reconocer que había asesinatos y, precisamente por su escasez, cada vez que ocurría un asesinato (¿cómo es posible?), se conmocionaba el país entero, hasta que se conocía la resolución del juicio (pena de muerte, que nadie rechazaba), y la ejecución del asesino devolvía la tranquilidad a los ciudadanos. 

Ahora el terrorismo; los ajustes de cuentas entre delincuentes; la violencia de género; las broncas en locales nocturnos; los enfrentamientos de tribus urbanas de infinitas raleas de importación; 

y hasta las "citas" entre hinchas de equipos de fútbol, han dotado al asesinato de un naturalidad absolutamente cotidiana que ya no crea en la "parroquia" ningún tipo de emoción ni extrañeza.

Eso sí que es una virtud que debemos reconocer a esta Democaca; la desmitificación de la pérdida de la vida por motivo de la variopinta violencia.

Eloy R. Mirayo.


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