jueves, 24 de noviembre de 2016

DIÁLOGO.

A las personas sencillas se nos debería explicar las cosas  mejor de cómo se viene haciendo por parte de las distintas autoridades, ya sean las políticas o judiciales. Y no sé si es que valoran nuestra inteligencia o es que realmente piensan que somos imbéciles sin capacidad de comprensión, con quienes no merece la pena gastar tiempo y saliva. 

Este comentario, que no es descabellado, ni muchísimo menos, es por la noticia de que "El Tribunal Constitucional aboga por que mejore el diálogo político sobre Cataluña".

Resulta que el alto tribunal, según su presidente, don Francisco Pérez de los Cobos, anhela el que se produzca una mejora en el diálogo político que evite la conflictividad.

Es posible que yo esté confundido, pero siempre he creído que el diálogo es lo que todos entendemos como conversar dos o más personas sobre una cosa, o sobre infinitas cosas. Y siempre he creído que cuando dos personas se prestan a dialogar, es para exponer sus opiniones sobre algo, con el fin de llegar los dos a un punto de encuentro.

Don Francisco Pérez no ha debido entender, quizás por distracción, estando ocupado en encontrar la forma de que la Generalidad de Cataluña cumpla las sentencias del Tribunal Constitucional que él preside, que la posibilidad de dialogar es imposible porque aquellas gentes que minan la Generalidad, no lo pretenden; no pretenden diálogo porque lo que ellos tratan es de imponer su monólogo. Y si don Francisco dispusiera del tiempo necesario, comprendería rápidamente que precisamente lo que los separatistas catalanes pretenden, es imponer su loco deseo de serrar un trozo de nuestra Patria, y llevársela, como el ladrón que roba una cartera. Si; esa hijoputada.

Algunas personas, en nuestra ignorancia, habíamos llegado a creer que precisamente las sentencias del Tribunal Constitucional, eran las sentencias que no había más cojones que asumir, porque eran el fiel reflejo de las normas indiscriminatorias que se establecieron para la convivencia pacífica de la sociedad de este país.

También -¿erróneamente?- pensábamos que el gobierno en función, tenía el deber de, ante la insumisión, hacer el adecuado uso de la fuerza que legítimamente le cabe emplear: ¡Todos ellos al trullo!

Eloy R. Mirayo.

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