martes, 3 de mayo de 2016

ACÉMILAS.

La humanidad se divide en tres especies claramente diferenciadas que son:

Una, la que certeramente golpea con gracia y soltura en la cabeza del clavo que fija sin daño la herradura en el casco de la acémila.

Otra, la que por su escasa sabiduría y corta inteligencia, no alcanza más allá que a golpear una y otra vez sobre el callo de la pata de la acémila, hasta dejarla coja e improductiva. 


La tercera de las especies es la acémila que, con el mayor de mis respetos -por ser parte-, somos el pueblo llano, cuando somos sumisos.

Cualquiera de los animales a los que se ha decidido mundialmente calzar con herraduras, quienes se las calzan -esa debería ser la filosofía-, es porque la primera de las especies que les tienen bajo su responsabilidad y tutela, buscan de esa manera proteger; dar seguridad; hacer más cómodo su caminar, para que su trabajo sea rentable, a la par de agradable

(no todo ha de ser cargar fardos, aguaderas y tirar de un carromato) para todos, sin un sufrimiento añadido para su obligado caminar por los senderos abruptos por los que su condición, ha de caminar durante toda la vida. 

Claro que para que la acémila camine protegida, segura, cómoda y además dé un buen rendimiento, sus zapatos de hierro

(nada que ver con los zapatitos de cristal de "La Cenicienta"), 

es imprescindible que sean perfectamente elaborados, y después  calzados con amor y ciencia por un muy buen profesional zapatero y no por un

gilipollas que solo sabe -aunque se crea el mejor entre los mejores- golpear con extraño tino, sobre el callo de la pata, estando atada -que así está- la sumisa -insisto en mi respeto- acémila.

Pero, volviendo a lo real, y reconozco no saber qué es lo que lo motiva, al menos en España -ni se, ni me interesa lo que ocurra en otros lugares-, la superficie que orgullosamente estoy pisando, los de la primera especie han desaparecido y, por los síntomas visibles, parece que ya no se les espera, es más, parece que jamás hayan existido. 

Por lo que parece indiscutible que la cosa ha quedado en manos de los gilipollas que, como las hierbas malas, sobreviven indefinidamente -será porque siendo tan malas no las quiere nadie-, han quedado como los encargados de nuestro cuidado y desarrollo.


¡Pues estamos jodidos! Oye; podríamos pensar en

... ¿Por qué no? 

Pido toda clase de excusas a quienes os haya parecido insultante mi idea de llamarnos acémilas a quienes formamos lo se dice Pueblo Llano; pero es que esta mañana, al salir de la ducha, me he visto en el espejo, con la cabellera revuelta y la cara sin afeitar, y me han entrado unas ganas terribles de lanzar cuatro relinchos, y un unas cuantas decenas o centenas de coces y... Pues eso.

Ah, Rafael; como siempre, muy oportuno y certero en tu aparición en el blog.

Por Eloy R. Mirayo.

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