miércoles, 13 de enero de 2016

SOLO SIRVEN DE ORNATO.

Como ya he dejado escrito en varias ocasiones estoy a distancia sideral de ser monárquico; no creo en la Monarquía, una antigualla en proceso de desaparición, como opción política con capacidad y posibilidad de corregir ningún tipo de desafuero, como lo estamos comprobando con el asunto del separatismo en Cataluña, que tanto afecta a la unidad del reino, fomentado y engordado desde las mismísimas instituciones de la autonomía catalana que, como todos sabemos, son instituciones del Estado, con el encargadas de representarle, en este caso, ante los catalanes. 

Por otro lado, dicho con todo mi respeto, parece que la figura del monarca en manos de la política actual, y de sus políticos, se asemeja a la del Ñandú, un ave que aunque tiene alas, no le está permitido volar.

En estos últimos días, desde las pasadas Elecciones Generales, para poner una pica desde donde partir, se está viviendo en una confusión de esta anormal normalidad que nos tiene a la parte inteligente de la sociedad española -los que somos capaces de ver, analizar y sacar conclusiones-, con el temor y la esperanza de que el castillo de naipes marcados que es esta Democaca, salte por los aires, insisto, que no sería lo peor, si no fuera porque la mierda expandida por la explosión, sin reconocer inocencias, pudiera salpicarnos a quienes estamos limpios de culpa.

Y lo lamentable es que quien teóricamente es la máxima autoridad (como creo haber explicado antes) que podría poner las cosas en el lugar exacto donde deben estar, le tienen como un simple bien estético que, como las imágenes de las iglesias, solo sirven de ornato. 

Ayer, eso que está ahí abajo, ha tomado posesión del cargo administrativo del Estado Español, como presidente de la Generalidad de Cataluña (como los tres que veis por encima) pero sin mencionar al Jefe del Estado, don Felipe VI, a España, ni a la Constitución Española, a quienes debe obediencia y respeto. Lo que sí hicieron los anteriores. 

No creo que con la fórmula ilegal aplicada, en un país serio, de políticos decentes, serios e inteligentes, la autoridad competente lo hubiera aceptado de grado e, ipso facto, no obligara a repetir con la fórmula adecuada.

Las ratas están en el subsuelo esperando la ocasión propicia para salir a la superficie.

Mi abuelo Tomás tenía en la calle López de Hoyos, unido a la vivienda por un patio, un taller de carros de los que por entonces usaban lecheros, carboneros y basureros. En el taller, además de tres trabajadores, paseando con libertad que nunca pierden, había tres gatos que a mí, que era por entonces un crío de dos o tres años, el miedo que me causaban hacía que me parecieran auténticos tigres de bengala. Pero, mira por donde un día, a mi abuela Leonor, que era la mujer de mi abuelo Tomás, le obligó a desprenderse de aquellos tres felinos, porque decía que la molestaba sus maullidos. Y eso hizo mi abuelo. A los tres días de ausencia gatuna el taller de mi abuelo Tomás y en la casa de mi abuela Leonor, lo raro era no tropezar con un puñado de asquerosas ratas, casi tan grandes como los expulsados gatos, que nos tenían jodidos a todos. 

Moraleja: con Franco no hubo, ni habría, si milagrosamente aún existiera, tanta sucia y asquerosa rata.

Por Eloy R. Mirayo.

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