martes, 3 de junio de 2014

¿TU TAMBIÉN, BRUTO?

¿Hemos de estar recordando continuamente que el que España sea un Reino es por expreso deseo de don Francisco Franco, Caudillo invicto ante toda la chusma izquierdista? Parece ser que si, pues nadie parece tenerlo en cuenta.

Los españoles no somos monárquicos ni lo hemos sido nunca en una grandísima mayoría y, si alguna vez en el pasado lo hemos parecido, fue porque nuestro Caudillo nos lo ofreció, como una buena solución para cuando él faltara. Lo extraño es que, una vez muerto Franco, viendo como iba saliendo el "paño", los españoles no fuimos capaces de romper, justificadamente, la promesa que hicimos, votando aquella propuesta, y busca una mejor baza. Aún hoy, en el epílogo nada glorioso, por mucho que haya quienes se empeñen en glorificar, cuesta creer que, quienes fueron tan lúcidos que no quisieron votar o lo hicieron en contra, y los que por edad o por no haber nacido, siendo ahora  la mayoría del censo, no se encuentre nadie que fuera capaz de aglutinar fuerzas para encaminar a los españoles por un Estado serio en el que el Jefe del Estado sea, verdaderamente, alguien integrado en el interés general; sin más privilegios que los estrictamente dados al cargo; sin que esos privilegios se conviertan en un cobertor familiar, como lo es actualmente con la familia real.

¡Claro que España es republicana! Pero lo que no queremos los españoles de bien, es ser republicanos de esa república trasnochada de comusocioanarquistas de inicios del siglo pasado que propone el "hortelano de manos suaves" el Cayo Lara, y los " iluminados poderosos" del preclaro Pablo Iglesias.

Nadie como la monarquía española ha sido capaz de crear hacia sí mas desafectos que ella misma. Cuando alguien que ha sido elevado a un puesto, se le provee de materia prima y herramienta para realizar una tarea concreta, a la que se ha jurado dedicarse y, lejos de cumplir con quien le elevó; con la tarea y con el juramento; aprovechándose de la desaparición de su mentor, crea o deja crear algo totalmente diferente (un adefesio mal oliente), no cabe duda de que ha fallado a quien en él puso su confianza, con el agravante de haber cometido perjurio. Y eso lo comete un rey, igual que el profesional de la más baja categoría si se comporta de la misma manera.

No es necesario hacer lo que hizo Marco Bruto ("Tu también, Bruto, hijo mío"), para cometer un acto de traición, aunque se intente tapar con el falso manto del "bien" Nacional, o aduciendo un mejor método para barrer las calles.

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