viernes, 12 de abril de 2013

TIRANDO AL MONTE.

La Enseñanza, publica y privada, es la cosa más importante entre las más importantes de las cosas que deben estar en la tutela de los gobiernos nacionales como son la Sanidad, la Justicia y la Seguridad Ciudadana; pero insisto, a la Enseñanza, cualquier gobierno, en cualquiera de los países más desarrollados, la cuidan porque saben que en ella se sustenta el futuro y, a mejor enseñanza, mejor futuro. Aquí, en España la cosa parece ir por otros derroteros; últimamente -me refiero a estos últimos “treinta y ocho años”- a las autoridades no parece que esa sea su máxima preocupación –serán los euros voladores lo que más les interese- pues, además de haber dejado en sucias manos autonomistas esa obligación, ni siquiera ejerce la propia obligación de comprobar la calidad de la enseñanza y la calidad profesional, la calidad de la ética y la calidad moral de los enseñantes. Ya pueden ser las aulas escolares como salones de hoteles de cinco estrellas, perfectamente climatizadas; ya pueden ser los pupitres de madera de caoba, finamente tallados a mano con figuras de querubines y flores y los asientos con cojines de plumas de pechuga de cisne envueltos en suave terciopelo; ya pueden estar los libros impresos en papel cuché con cubiertas forradas con piel de cocodrilo que, si los profesores son como el camaleónico Verstrynge, los resultados no pueden ser mejores que los que se están cosechando: ¡Caca de la vaca! que dicen en mi castizo barrio.

Yo -perdón por el yoismo-, en mis muy escasos años escolares -como ya he dicho en otras ocasiones no terminé la primaria- tuve la grandísima suerte de que esos dos profesores que tuve, sino una gran cantidad de conocimiento, si metieron en mi cabeza sentido de la responsabilidad, autodisciplina, respeto y lo más importante, deseo de mejorar: si no alcanza mi inteligencia ser el mejor, me enseñaron que es tan importante el intentarlo. Y ahora, con la ayuda de mi querido y admirado Rafael Estremera, lo sigo intentando.

Está claro que un individuo que a lo largo de esos malditos treinta y ocho años ha pasado de neonazi,  a ácrata libertario, pisando por los escalones de la antigua AP, PSOE, no puede ser un buen “maestro” porque, muy posiblemente que “sus Ciencias Políticas” sean tan cambiantes como ha sido su caminar por la política -en busca del pezón de la vaca, donde chupar- taqueando a sus alumnos, que no podrán jamás alcanzar a saber distinguir, que es lo peor de la política; comparándolo a lo mucho peor de la política.

El escaparate nos ha mostrado un género deleznable; por la pasarela han desfilado y siguen desfilando, no las bellezas modélicas como en la Pasarela Cibeles, sino auténticos desecho de tienta: astifinos; "bizcos" de cornamenta; remolones en la embestida; reservones; con querencia en tablas; cojitrancos y traicioneros pero, como Verstrynge  (restringe, decía la gente), ninguno ha reflejado mejor todos los defectos de la profesión.

Para dar el toque especial que solamente los profesionales del medio, en este caso un periodista del ABC, Don Ignacio Ezquerra: "¡Pobre Jorge Verstrynge! ¡Acabar intentando, a la edad de la jubilación, que le concedan el título de pandillero callejero!"

Y por terminar, que es hora, el recurso al pataleo de Jorge Verstrynge: "Buscan un chivo expiatorio, y como me busquen a mí le aseguro que me van a encontrar", advierte notablemente indignado con la Delegación del Gobierno.

Jorge se equivoca de animal; él se parece más a la cabra que es la que siempre tira al monte y, como es bien notorio, por ser macho, nunca será cabra, pero si cabrón, que es el macho de la cabra que siempre tira al monte.


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