La Enseñanza, publica y privada, es la cosa más importante
entre las más importantes de las cosas que deben estar en la tutela de los
gobiernos nacionales como son la Sanidad, la Justicia y la Seguridad Ciudadana;
pero insisto, a la Enseñanza, cualquier gobierno, en cualquiera de los países
más desarrollados, la cuidan porque saben que en ella se sustenta el futuro y,
a mejor enseñanza, mejor futuro. Aquí, en España la cosa parece ir por otros
derroteros; últimamente -me refiero a estos últimos “treinta y ocho años”- a
las autoridades no parece que esa sea su máxima preocupación –serán los euros
voladores lo que más les interese- pues, además de haber dejado en sucias manos
autonomistas esa obligación, ni siquiera ejerce la propia obligación de
comprobar la calidad de la enseñanza y la calidad profesional, la calidad de la
ética y la calidad moral de los enseñantes. Ya pueden ser las aulas escolares
como salones de hoteles de cinco estrellas, perfectamente climatizadas; ya
pueden ser los pupitres de madera de caoba, finamente tallados a mano con
figuras de querubines y flores y los asientos con cojines de plumas de pechuga
de cisne envueltos en suave terciopelo; ya pueden estar los libros impresos en
papel cuché con cubiertas forradas con piel de cocodrilo que, si los profesores
son como el camaleónico Verstrynge, los resultados no pueden ser mejores que
los que se están cosechando: ¡Caca de la vaca! que dicen en mi castizo barrio.
Yo -perdón por el yoismo-, en mis muy escasos años escolares
-como ya he dicho en otras ocasiones no terminé la primaria- tuve la grandísima
suerte de que esos dos profesores que tuve, sino una gran cantidad de
conocimiento, si metieron en mi cabeza sentido de la responsabilidad,
autodisciplina, respeto y lo más importante, deseo de mejorar: si no alcanza mi
inteligencia ser el mejor, me enseñaron que es tan importante el intentarlo. Y
ahora, con la ayuda de mi querido y admirado Rafael Estremera, lo sigo intentando.
Está claro que un individuo que a lo largo de esos malditos
treinta y ocho años ha pasado de neonazi,
a ácrata libertario, pisando por los escalones de la antigua AP, PSOE,
no puede ser un buen “maestro” porque, muy posiblemente que “sus Ciencias
Políticas” sean tan cambiantes como ha sido su caminar por la política -en
busca del pezón de la vaca, donde chupar- taqueando a sus alumnos, que no
podrán jamás alcanzar a saber distinguir, que es lo peor de la política;
comparándolo a lo mucho peor de la política.
El escaparate nos ha mostrado un género deleznable; por la
pasarela han desfilado y siguen desfilando, no las bellezas modélicas como en
la Pasarela Cibeles, sino auténticos desecho de tienta: astifinos;
"bizcos" de cornamenta; remolones en la embestida; reservones; con
querencia en tablas; cojitrancos y traicioneros pero, como Verstrynge (restringe, decía la gente), ninguno ha
reflejado mejor todos los defectos de la profesión.
Para dar el toque especial que solamente los profesionales del
medio, en este caso un periodista del ABC, Don Ignacio Ezquerra: "¡Pobre
Jorge Verstrynge! ¡Acabar intentando, a la edad de la jubilación, que le
concedan el título de pandillero callejero!"
Y por terminar, que es hora, el recurso al pataleo de Jorge
Verstrynge: "Buscan un chivo expiatorio, y como me busquen a mí le aseguro
que me van a encontrar", advierte notablemente indignado con la Delegación
del Gobierno.
Jorge se equivoca de animal; él se parece más a la cabra que es la que
siempre tira al monte y, como es bien notorio, por ser macho, nunca será cabra,
pero si cabrón, que es el macho de la cabra que siempre tira al monte.
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