
Para los católicos hispanos, es gran cosa que el representante de Dios en la tierra hable nuestra lengua y tenga nuestro carácter, como estamos advirtiendo según escuchamos sus primeras declaraciones. Y su afición al fútbol, nos lo hace más humano y cercano, aunque no le vemos en la cancha de San Lorenzo, llenando de improperios al “referee”, por no haberle pitado un penalti clarísimo a favor de su equipo del alma.
Las anécdotas que demuestran que es humano no cesan de aflorar en los medios de difusión, unos con respetuoso cariño, en positivo y otros, los de siempre, al estilo soviético, con la mayor inquina propiciada por el reventón biliar, totalmente en negativo, tratando de hacer notar alguna flaqueza de juventud, sin tener en cuenta que antes que Papa, es hombre. Y los hombres, hasta los más santos (Jesús pecó por ira cuando expulsó a los mercaderes de la casa de Dios), pueden llegar a flaquear; quienes esgrimen presuntas flaquezas por las que Jorge Mario Bergoglio no debería de haber alcanzado el papado, son precisamente los que constantemente están flaqueando.
¡La Iglesia está muy mal! esa es la exclamación usada como herramienta, que los ateos arguyen para decir que es necesario hacer profundos cambios pero, como hacen los rojos con la política, no precisan los cambios que deberían hacerse. No es ese su discurso, el de acercar soluciones, sino como el discurso que emplearon antaño, aquí en España: la solución que llevan en el zurrón; su total destrucción, que ahora disimulan por estrategia, pero que desde siempre marca el Norte de su brújula. Acabar con la Iglesia, los eclesiásticos y hasta con los fieles, de la misma manera que empezaron a hacerlo y no consiguieron desde 1931, a abril de 1939. Es la misma manera que lo hicieron y seguirán haciendo en otros países, por todo el mundo, mientras no sean tomadas las necesarias medidas para ser nosotros quienes acabemos con ellos.
Para quien esté interesado hay que decir que la Iglesia es infalible por origen, ya que fue creada por Dios. Sus mandamientos son claros y precisos, los diez mandamientos de la ley de Dios, dejan establecido lo que es perpetuo e inalterable; vitalicio para los católicos. La Iglesia acoge a todos y no obliga a nadie pero, para ser realmente católico, no es suficiente con ir a misa todos los días, sino cumplir disciplinadamente con sus preceptos. No atentar contra los sacramentos: bautismo, penitencia, eucaristía, confirmación, orden sacerdotal, matrimonio, unción de los enfermos. La ruptura de cualquier sacramento, se convierte en sacrilegio. Algo con lo que el católico sabe que no debería jugar. El Matrimonio es un sacramento y quien lo rompe, aunque sea por sentencia de la Rota, se convierte en sacrílego.
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