lunes, 17 de septiembre de 2012

ANTES ROJA QUE ROTA.

Abiertamente por una República Presidencialista, en la que el presidente tenga poder político sancionador -asistido por un cuerpo de técnicos superiores y juristas de valía contrastada-, si el gobierno en ejercicio, no actúa adecuadamente a favor de los intereses del Estado, y se desvía hacia intereses partidarios o propios intereses. Una presidencia de ordeno y mando, cuando la ocasión lo demande. Dentro de una nueva Constitución, lejos de los apaños golfos de la actual, y votada por mas del 50% de los españoles, lo que no ocurrió con la actual.

Desde 1975, hemos tenido un jefe del Estado de plastilina, que se ha ido ahormando a los intereses de los sucesivos presidentes del gobierno, a cambio de que él pudiera hacer con su regia persona lo que le viniera en gana, sin importarle mínimamente que la reina y la institución quedaran desairadas. Las regatas a bordo de los “Bribones”; el esquí en Baqueira Beret y las distintas clases de cacerías –del “conejo” al elefante- por todo el mundo, amén de la asignación en euros, parece ser suficiente paga por el trabajo de los recadillos en el extranjero, ordenado por el mindundi (presidente del gobierno) de turno.

Los españoles, mayoritariamente votamos a favor de la instauración, que no restauración, de la monarquía, porque Franco nos lo propuso como una buena solución para cuando él no estuviera en condiciones de seguir ejerciendo la Jefatura del Estado. Hoy, visto lo visto, está más que claro, cristalino, que España y los españoles merecemos un cambio radical que nos rescate; el simple cambio de la persona (el padre viejo por el hijo joven) al frente, estando tan viciado, y si se me apura, desacreditado, el funcionamiento, no va a ser posible, para nadie, conseguir que la institución monárquica recupere el respeto de los españoles, si es que por si misma, alguna vez, lo ha tenido merecidamente. La corona española reina sobre todo el territorio patrio y, aceptando que no somos súbditos (palabreja obsoleta), si somos ciudadanos obligados a respetarla, como cabeza del Estado en el que hemos nacido, vivimos y nos desarrollamos, en estos momentos, hasta donde nos dejan. La Corona de España, sin la menor protesta, está asistiendo a la actitud chulesca, de una chusma separatista, encabezada por Arturo Más, en Cataluña y de un tal Iñigo (rima con...) Urcuyo, del Partido Nacionalista Vasco (Pene en uve), como si la cosa no fuera con él.

Algún día a los españoles, alguien nos explicará la verdadera historia del golpe de gobierno del 23-F. Y, entonces, comprenderemos mejor la valía del “motor del cambio”.

¡Aguas pasadas que no mueven molino! Por ese motivo y, antes de que la lesión se necrose, con el mayor respeto a las personas, civilizadamente, terminemos con una institución que en Europa, parecen de cuento infantil. Y en Asia y África, enmascaran regímenes absolutistas, donde las vidas y haciendas de los súbditos no tienen valor alguno.

Los españoles hemos podido dolorosamente comprender que el binomio Monarquía-Democracia, es un malvado sistema de nefastas consecuencias. Como uno de los ejemplos de su maldad, que no dejan espacio a la duda, están los estatutos de algunas autonomías, especialmente el Estatuto de Cataluña, que como la carcoma, va pudriendo la unidad nacional que recoge la Constitución y, a la vez que indica quien ha recibido el encargo de vigilar que ese mandato se cumpla. El Rey, como jefe supremo de los ejércitos de España.

José Antonio prefería una España roja, antes que una España rota. Yo, también.

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