viernes, 30 de diciembre de 2011

EL HAZMERREÍR DE TODOS.


En la clase política española, desde la tarde-noche del día 24 de diciembre, todo se ha vuelto satisfacción y contento. Se ha formado el nuevo Gobierno; se ha nombrado nueva -la primera alcaldesa de Madrid, desde que el Mundo es Mundo- y se ha podido escuchar el discurso de don Juan Carlos I, Rey de España -por la gracia de Franco-, en el que como todos ya sabemos, aunque no lo hayamos oído en directo, estuvo “sembrao”, acusando de deshonesto a quien todos sabemos, de forma sibilina, mientras él se ponía de perfil, como si, al menos en los últimos cuatro o cinco años, no se hubiera enterado del tema. Está bien.

Pero, a eso de hablar, después del triunfo cosechado el día 24, nuestro respetado monarca le ha cogido gusto, y en el acto de apertura de la décima legislatura en el congreso de los diputados, volvió a triunfar ante la reina doña Sofía, los diputados, los invitados y el personal que trabajador, y hasta ante la señora de los servicios.

¡Qué barbaridad! ¡Que brillantez! Se podía escuchar en los corrillos una vez terminado el acto. “Y es que nuestro rey se ha reconvertido en un magnifico discurseador para memos”. Me comentó un amiguete que, no teniendo algo mejor que hacer, se tragó los dos discursos. Y me contó una de sus historietas que, de verdad, no se si son ciertas o cuentos inventados por él.

“Verás, querido amigo Eloy; tengo un amigo, muy fantasma, que un día me invito a su casa, porque quería revelarme un secreto.

-Julio -me dijo agarrándome del brazo para que no me escapara, pues tenia fama de “plasta”- el próximo viernes te espero en mi casa, a eso de las tres y media de la tarde y, mientras nos tomamos un café, te contaré un secreto que me corroe las entrañas.

-¿Me vas a tener en ascuas desde hoy, que es lunes, hasta el viernes por la tarde?

-Si; necesito esos días para preparar, bien preparado, el asunto en cuestión.

Total, que el muy sieso, me tuvo en vilo todos esos días, intentando adivinar el motivo de su preocupación. Al fin llegó la tarde del viernes y, ya con la taza de café en la mano, por cierto malísimo, me hizo levantarme del sillón.

-Ven, quiero enseñarte lo que me tiene en ascuas.

Me condujo por el angosto y mal alumbrado pasillo hasta una salita, en la que colgado en la pared, y en semioscuridad, había un cuadro, de raras figuras.

-Eso es.

-¿Qué? –pregunté.

-El motivo de mi preocupación. Es un Picasso.

-¡Que coño va a ser un Picasso! Eso es una serigrafía, con una mano de barniz, para que parezca que esta pintada con pincel.

-Ya lo se.

-¿Entonces?

-Es que a todos mis amigos les he hecho creer que es un Picasso, y ahora uno de mis amigos me ha mandado a un reputado crítico de arte, que vendrá el próximo martes y, cuando lo vea, voy a ser el hazmereír de todos.

-Juan ¿Por qué me has contado esta gilipollez?

-Porque viendo a los diputados por la tele, loando los dos discursos rey; leyendo en los periódicos las loas a los dos discursos del rey; oyendo por las emisoras de radio las infinitas loas a los dos discursos del rey, he pensado que cuando alguien inteligente haga un estudio de los discursos del rey, va a ocurrir lo que le ocurrió a mi amigo con el reputado crítico de arte.

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