miércoles, 26 de octubre de 2011

A imagen y semejanza de los golfos que les nombran.

Esta situación por la que estamos sufriendo en España solamente puede darse en un país bajo un régimen político podrido que antepone los sucios derechos del delincuente a los impolutos derechos de la víctima. Nadie pide un catálogo de penas y suplicios como los que se aplicaban a los delincuentes en la Edad Media; nadie pretende que a los delincuentes se les encierre en inhumanas mazmorras y que, una vez cerrada la puerta, se tire la llave al mar; nadie pide que se les administre un régimen alimenticio a base de pan y mierda. Lo que si queremos -no digo exigimos porque no me van a hacer ni puñetero caso-, es que la administración de la justicia, desde la policía y la guardia civil, hasta el mismísimo Ministro, respeten y hagan respetar a los delincuentes los derechos de las personas decentes que nada hemos hecho para que no sean respetados.

En estos días estamos asistiendo a través de los medios informativos, al juicio que se está celebrando en Sevilla por la muerte y desaparición del cuerpo de Marta del Castillo. Es una vergüenza que ese grupo de golfos hayan matado a esa criatura, después de sabe Dios qué perrerías le harían antes de arrancarle la vida y, aun se permiten reírse de los padres, de la policía y de los jueces, sin que nadie les llame al orden de manera adecuada. ¿Cuál es la manera adecuada? Una muy sencilla y muy barata: se les ata una cuerda alrededor de los testículos, se pasa la cuerda por una viga y se les suspende a dos palmos del suelo, y no se les descuelga mientras no digan el lugar donde han enterrado a la víctima. Este sistema además de ser de bajo coste, los utensilios pueden ser de nuevo usados cuantas veces sea necesario. Si, reconozco que puede parecer…  ¿Poco convencional…? Pero muy eficaz.

Claro, estamos en un país civilizado y mi remedio, en esta sociedad, chirría, sobre todo, a la clase política que por su “peculiar” modo de “emplearse” con los caudales del Estado, no quiere, por lo que les pudiera alcanzar, una justicia, Justiciera, que sentenciara con total libertad y solamente con el empeño de dar a cada cual, la sentencia adecuada, sin sentirse coartada por ninguna influencia.

Es lamentable oír como el presidente de la sala le ruega a uno de los encausados que diga donde han enterrado el cuerpo de Marta, a lo que con un tono de suficiencia chulesca le responde que si él lo supiera, ya lo habría dicho hace un año. Y, mientras tanto, el asesino confeso, espera, sin prisa a que pase el tiempo sin que aparezca el cadáver y así, lograr una condena más suave.

Este es un caso; el caso de Marta del Castillo, pero también es la muestra del modelo judicial que nos ha traído esta gentuza que nos gobierna: jueces nombrados por el poder ejecutivo; los jueces de cuota a imagen y semejanza, muchos de ellos, de los golfos que les nombran.

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