viernes, 17 de junio de 2011

Loco de atar.

El progreso es la más potente fuerza de la naturaleza. Podría decirse que entre las cosas importantes que Dios creó, el progreso, para mí, es lo absoluto. No se puede concebir nada sobre la faz de la tierra que no esté sujeto al progreso. El día progresa minuto a minuto; hora a hora; el mes, semana a semana; el año mes a mes, el lustro año a año etc., etc., etc;. la semilla cae en la tierra, germina, se hace espiga y más tarde se convierte en pan. El agua cae del cielo, se hace arroyo, se convierte en río y crea lagos y mares… la vida, en un todo, debería tener como apellido, Progreso.
El progreso es una fuerza imparable que solamente el ser humano –no todos-, es capaz de atemperar, que no detener. En un principio el ser humano hacía un uso lógico de él: aprendió a cubrirse el cuerpo con las pieles de los animales que aprendió a cazar; aprendió a usar las cuevas para resguardarse de los rigores del tiempo; descubrió la forma de hacer fuego y aprendió a conservarlo; aprendió a fabricar utensilios que, en el primer momento le permitió usarlos para la caza. Y, un buen día, descubrió la agricultura y aprendió a hacer uso de ella. Hasta ahí, más o menos, llegó el uso lógico del progreso.
Así fue, hasta que el ser humano, a imagen y semejanza de Dios, decidió proclamarse REY del Universo; amo y señor de todo lo que había y se movía ante sus ojos y bajo sus pies. Pero el progreso continuó su inexorable caminar en un frente total. Y ante nuevas situaciones que iba creando, el ser humano se fue acomodando como buenamente pudo al progreso, y se fue nutriendo de las cosas que le traía a la mano para no desaparecer tragado por tamaña fuerza. Y siguió creando, descubriendo e inventando cosas verdaderamente maravillosas, como el trabajar para ganarse el sustento, la cama, la silla y la mesa, el retrete el lavabo y el bidé; el “Chupa Chup”, las ricas pastillas de goma y los litines con agua, por poner unos buenos ejemplos. Pero también crearon, descubrieron e inventaron cosas horribles como el paro, las guerras; las armas, cada vez más sofisticadas y dañinas, los incipientes gobiernos que dieron paso a estos, los impuestos; la democracia; los partidos políticos; el comunismo y el socialismo, las hipotecas y lo peor de todo: el ministerio de Hacienda.
En muy pocos momento de la historia, el binomio progreso y humanidad han caminado amigablemente de la mano. El progreso por ser como es, y el hombre porque, en demasiadas ocasiones, lo ha usado en beneficio de su egoísmo y como expresión de su maldad. Los muy capullos han usado el progreso de forma torticera. ¿Cuántas veces vemos como el progreso va trayendo nuevas máquinas que sirven para hacer menos duro la labor de los trabajadores/as, al tiempo que sirven para crear mayores beneficios para las empresas? En una primera y superficial mirada, la cosa no puede ser mejor: se cambia el “pico y la pala” por una excavadora; el “bolígrafo y el folio” por el ordenador con Internet. ¡Coño, todos acabamos ganando!
Para nada. Las grandes empresas, con el permiso de la autoridad competente, usan el progreso como una fuerza centrífuga, que con sus rápidos giros va sacando trabajadores/as de sus lugares de trabajo y sin ningún miramiento, los “coloca” en la puñetera calle, mientras las empresas aumentan sus ganancias de forma escandalosa. La obligación de las empresas es sacar el máximo beneficio posible con el menor gasto. Hasta ahí, de acuerdo. Pero, los trabajadores, como parte de la sociedad, tienen el derecho, reconocido por la Constitución, a un puesto de trabajo, en el que ganarse el sustento y el de su familia, en el caso que la tenga. ¿Cómo conciliar este entuerto? Para eso está elegido un gobierno, para gobernar haciendo que la justicia impere: los excesivos beneficios de unos han de servir, vía impuestos, para promover la creación de nuevas empresas que generen nuevos puestos de trabajo.
Acabo de ver en el periódico que compro cada mañana, las fotos de varios ministros de este “Giligobierno”: Alfredo Rubalcaba, Valeriano Gómez, Leire Pajín, José Blanco, Sebastián… he releído esto que he escrito, y he pensado que estoy loco de atar . Eso solamente ocurrió, aquí, en España, de 1936 a 1975, y punto.

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