VERDUGO DE MALA MADRE
Hiena por el día,
por la noche cuervo.
El día de luto,
la noche de miedo,
el día y la noche
son de un solo dueño.
Para acompañarle
el sol ha cubierto
sus rayos de sombra,
del color del duelo,
del color del plomo
que rompe los huesos.
La Luna, si sale,
con rojizo velo
refleja la sangre
de inocentes muertos:
Hombres y mujeres
y niños y viejos
que los poseídos
por hiel y veneno
-chusma maleante
de asesinos sueltos-
sacan de las camas,
arrancan del sueño,
por rezar algunos,
otros porque fueron
a Misa el domingo,
con ello ofendieron
a los comunistas
masones y ateos.
Tal provocativa
falta de respeto
a los bolcheviques
merece escarmiento.
Para esa ignominia
la vida es el precio.
El republicano
y electo gobierno
ha votado en Cortes
que Dios ya se ha muerto.
Fosas preparadas
en los cementerios
reclaman racimos
de difuntos nuevos.
Y los milicianos
castigan con celo,
sin que nadie acuse,
sin un juicio previo,
por sentir el goce
y el placer supremo
de mirar, convulsos,
en medio del suelo
los acribillados
(leva de repuesto
en cada jornada)
de gemidos lentos,
penosa agonía:
penoso festejo,
con risa y disfrute
de los fusileros.
Hiena por el día
por la noche cuervo
¡mala era la entraña
que albergó tu cuerpo!
Carrillo maldito,
horror y reflejo
de cuantos en siglos
maldades hicieron.
Tu saña cobarde
de servil rastrero,
bebiendo en la copa
del furor más fiero,
conjugando “muerte”
en todos los verbos
es memoria amarga
recuerdo siniestro.
Ahora que la farsa
de tu vida en cueros
declina, enfermiza,
hacia los infiernos,
has de ver las caras
de cuantos se fueron
del mundo empujados
por ti, pozo negro
de las malas artes,
de malos deseos.
Tu poder de antaño
cayó por el cieno.
Aún queda una cosa
antes de tu entierro:
los reptiles vivos
de nuestro gobierno
contarán mentiras
sobre tu esqueleto,
y en ese minuto
del fausto suceso
campanas de gloria
a los cuatro vientos
darán el anuncio
de que Dios es bueno.
Cuatro mil, la cifra
no se ajusta el censo.
Los ejecutados
rebasan por cientos.
Sucio matarife,
en ti todo es feo:
el cuerpo y el alma,
los macabros hechos.
Tú también mereces
otro Paracuellos,
en tiempo, infinito,
en dolor, eterno.
Al genocida Santiago Carrillo.
Por Felipe Sevilla Albarracín.
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