Nunca, en los más de quinientos años de existencia de mi querida España, los españoles habíamos recibido tanta información sobre todas las materias posibles e imposibles; tanta información que no nos ha servido para nada de utilidad. A cualquier hora del día y de la noche, siempre que se enciende un aparato de audio o audiovisual, a través de las ondas o en la pantalla da la televisión o de la tableta del iPad, aparecen políticos, economistas, médicos, físicos y, hasta buscadores (visionarios) de ovnis y acechadores de fantasmas, dispuestos a ponernos al corriente –las más de las veces en un idioma que, a las personas decentes, nos parece que hablan chino- de los logros de la administración gubernamental –que nosotros ni logramos ver nada admirable, ni sentimos en nuestras carnes nada positivo-; de la situación de la economía que ellos, los economistas discuten con cierto acaloro, dando y quitando la razón a los políticos –de lo que nosotros sufrimos en nuestros bolsillos-; y médicos, de distintas especialidades –que con sus prevenciones y sus intervenciones quirúrgicas en directo de vísceras desparramadas y riachuelos de sangre, consiguen con ello excitar nuestra hipocondría, como a “El Enfermo”, de Moliére-; los físicos progresistas que se dicen verdes; agoreros del futuro; cual aves de mal agüero -nos acojonan con sus apocalípticas predicciones, que parecen acercarnos irremisiblemente al fin del Mundo, por calor o por frio; por sequía o por exceso de lluvias ¡Qué más les da!-; buscadores de ovnis y fantasmas –que nos hacen pensar que, esas gentes que se sientan en los escaños de las distintas instituciones del Estado, por su extraño comportamiento, han de ser extraterrestres llegados desde lejana Galaxia a bordo de luminosas naves espaciales, o seres fantasmagóricos; malignos ectoplasmas llegados desde los tétricos castillos británicos, con el ferviente e irrefrenable deseo de hacernos la vida imposible con su arrastrar de cadenas y sus gritos angustiosos, amén del clásico abrir y cerrar de puertas y ventanas-. Todos esos personajes que vemos, oímos o leemos a través de los medios de difusión, nos dan millones de datos profesionales, que lo único que consigue es acrecentar la confusión del lego.
La “cosa”, está muy malita y, para que la solución nos devuelva la felicidad, y dejen de una puñetera vez de “rallarnos el coco” con el exceso de información, tiene que haber un cambio radical. Y, según don Jaime Lamo de Espinosa, bi-ministro, de Agricultura y ministro adjunto a la Presidencia -con Adolfo Suarez– “El rey es el único que puede pilotar otro cambio”. Hay que ver el daño que a algunos cerebros, les acarrean los años. Cuál rey ¿Este? ¿El que se va de safaris “conejeros” y vuelve hecho añicos? Es una broma de don Jaime Lamo de Espinosa o, lo que es peor; una maldad; una vendetta por algún daño que le habremos causado los españoles, a lo largo de su periplo político –en el franquismo, que juró defender-, o durante la Democracia asquerosa en la que él, cooperó de forma bastante notoria.
La madre de todos los fallos que pudo tener el Caudillo, durante sus casi cuarenta años de gobierno fue, sin duda alguna, elegir a don Juan Carlos, para sucederle a título de Rey de España; durante todo su reinado, y antes como príncipe, ha hecho lo que le ha venido en su real gana, sin importarle las consecuencias. ¿Pilotar un nuevo cambio? Ya podría haber pilotado adecuadamente el “Bólido Urdangarin”.
¿Pilotar? España es el circuito y el separatismo en Cataluña y el de las provincias Vascongadas, son las peligrosas curvas que debería tomar con toda la fuerza que le da ser el Jefe del Estado. ¡De todo el Estado! ¡¡¡Coño!!!
La “cosa”, está muy malita y, para que la solución nos devuelva la felicidad, y dejen de una puñetera vez de “rallarnos el coco” con el exceso de información, tiene que haber un cambio radical. Y, según don Jaime Lamo de Espinosa, bi-ministro, de Agricultura y ministro adjunto a la Presidencia -con Adolfo Suarez– “El rey es el único que puede pilotar otro cambio”. Hay que ver el daño que a algunos cerebros, les acarrean los años. Cuál rey ¿Este? ¿El que se va de safaris “conejeros” y vuelve hecho añicos? Es una broma de don Jaime Lamo de Espinosa o, lo que es peor; una maldad; una vendetta por algún daño que le habremos causado los españoles, a lo largo de su periplo político –en el franquismo, que juró defender-, o durante la Democracia asquerosa en la que él, cooperó de forma bastante notoria.
La madre de todos los fallos que pudo tener el Caudillo, durante sus casi cuarenta años de gobierno fue, sin duda alguna, elegir a don Juan Carlos, para sucederle a título de Rey de España; durante todo su reinado, y antes como príncipe, ha hecho lo que le ha venido en su real gana, sin importarle las consecuencias. ¿Pilotar un nuevo cambio? Ya podría haber pilotado adecuadamente el “Bólido Urdangarin”.
¿Pilotar? España es el circuito y el separatismo en Cataluña y el de las provincias Vascongadas, son las peligrosas curvas que debería tomar con toda la fuerza que le da ser el Jefe del Estado. ¡De todo el Estado! ¡¡¡Coño!!!
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Apenas queda el eco
de ti,
lo sigue habiendo;
resuena en los andamios.
Y la fragmentación
que te hace
-hombre-
a solas te contempla.
Tiendes al infinito y te conformas.
Te alejas
y te elevas.
(Esther Giménez. Premio Hiperión de poesía.
Incluida en la antología “Un siglo de sonetos en español”.