martes, 26 de diciembre de 2017

COLGADO EN LA PARED DEL SALÓN.

Lo hemos comentado varias veces pero, como no nos hacen puñetero caso, insistimos en que, como se van rellenando los cargos políticos en este país, es una auténtica barbaridad que debería ser severamente sancionada por la Justicia. Si no la terrenal, por la divina.

Para cualquier dedicación profesional se exige por parte de la autoridad competente, títulos y certificados que demuestren que se está preparado para ejercer, por ejemplo, peluquero/a, o manipulador de alimentos. Muy bien, porque el uso inadecuado de tintes para el cabello, o el uso sobre la piel de productos en mal estado, pueden llegar a desencadenar en un proceso infeccioso capaz de crear grandes males para la estética y la salud de quien se presta a recibir esos servicios; también son lógicos los requisitos para quienes su labor profesional esté relacionada con la manipulación de productos alimenticios, pues el consumo de un alimento mal manipulado podría llegar a ser fatal para quienes lo hubieran consumido.

Cualquier profesión requiere de estudios universitarios o una maestría alcanzada por un buen aprendizaje. Cualquiera; menos la profesión (hay que joderse) de político que, por lo visto, vale cualquiera; desde un listillo de aula universitaria, sin un solo curso aprobado, a un gilipollas profundo; siempre que gocen de desvergüenza absoluta, y desconocimiento total de la honradez. También facilidad y rapidez en las manos para "pillar la pasta a la remanguillé.

Lo sé, lo sé, lo sé ¡coño, lo sé!. Se -más que saber intuyo, por lo que leo en la Prensa- que este país no es el único maestro en esos temas, pero eso no me importa; no me importa lo que ocurra en otros países, lo que me duele a la altura del tercer botón del abrigo, es lo que ocurre en este país que a diario piso porque, este país es ¡España! Y yo soy español; un español orgulloso de serlo, que quiere para su patria lo mejor y ve con pena lo difícil de alcanzar la cima, si uno no lleva los medios necesarios y, por mucho que me juren, nadie me va a convencer de que unas personajes como Puigdemon, Junqueras, Rajoy, Iglesias, el Garzón, el Rufián, Pedro Sánchez, Iceta, Revilla, Susana Díaz, Urcullu, García-Paje, Herrera, Lamban, Puig, López, Armengol, Barkos, Rivero, Cifuentes, Feijóo, Fernández, Fernández-Vara, Vivas e Imbroda, nos puedan llevar a los españoles, de nuevo, a las cotas de seguridad y bienestar pérdidas durante estos últimos cuarenta años. 

No lo harán; a los cargos de representación política, en este sistema, no se les exige como a la peluquera o al barman, unos avales que certifiquen sus capacidades profesionales de gobernación para desempeño del cargo, en cualquiera de sus escalas; motivo por el que hemos llegado a este estúpido punto en el que, lejos de gobernar con resultados positivos, lo que hacen es crear problemas que, unidos a los de generación espontánea, normalizan queriendo conseguir -están a punto de lograrlo- que los problemas convividos durante estas cuatro décadas, se nos vuelvan tan familiares como los dedos de nuestras manos que, aunque estén retorcidos, encallecidos, sucios, y lo negro se transparente entre las uñas, los queramos conservar de por vida, como algo propio.


Estamos en la antesala de ver cómo el problema de lo sucedido en Cataluña, al no saber cómo atajarlo -a pesar de la ayuda de la justicia-, lo convertirán en uno más de los grandes problemas que tendremos los españoles, colgado en la pared del salón, como los buenos creyentes tenemos el crucifijo en el dormitorio, encima del cabecero de la cama. 

Eloy R. Mirayo.

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