Echarse un periódico a los ojos en Madrid, ciudad en que
resido -me figuro que será igual en el resto de España-, es sentir vergüenza
absoluta. Es duro notar, volviendo cada hoja, que la cara se nos cae a cachos
leyendo que unos padres se deshacen de sus hijos de 11 y 22 meses, por no
poderles dar alimentos ni cobijo; que ha habido casos y se siguen dando casos
de personas que por haber sido desahuciados de sus viviendas, han tomado el
equivocado camino de quitarse la vida; que mientras el paro no decrece, y la
pobreza se va haciendo más notoria, hay políticos que cobran varios sueldos por
acudir simplemente a echar una firma en un papelucho; que hay cuidadores de
ancianos capaces de darles muerte en serie por simple capricho; que por
nuestras calles, no es extraño ver gentes se matan a tiros o a puñaladas como
en Chicago año 30; que con más frecuencia “de la permitida” aparecen políticos
prevaricadores y cohechadores por cuenta del partido, o por propio beneficio;
que la práctica totalidad de los políticos se venden como putas, que proliferan los individuos que les pagan
como vulgares puteros; que hay banqueros que se dejan chantajear por jueces;
que hay jueces que cobran dinero por no mandar a alguien a la cárcel; que el
Jefe del Estado se ve obligado a pedir perdón, como el niño que es pillado
metiendo el dedo en el bote de leche condensada, por hacer un viaje, sin
permiso del Ejecutivo, a Botswana, en compañía de quien en algunos medios es
más que una amiga del alma, y en el que, solo Dios sabe el por qué, estuvo a
punto de doblar la servilleta y entregar el cubierto y el vaso; que el yerno y
la hija del rey están a punto de caer en manos de la Justicia.
¿Qué pensaran de España y de los españoles allende nuestras
fronteras, viéndonos de esta manera?
Hace cincuenta años a los españoles no nos importaba ni
mucho ni poco lo que de nosotros pudieran pensar allende nuestras fronteras
porque estábamos orgullosos de lo que estábamos haciendo entre todos ¡Todos! En
el Campo, en la Industria y en el Comercio. Las universidades españolas (esas
que ahora parecen un patio de monipodio), muy valoradas en el exterior,
formaban universitarios homologables a los mejores del Mundo. La industria
naval era una de las mejores del Mundo. La Alta Costura, encabezada por Asunción
Bastida y Paco Rabanne y Cristóbal Balenciaga, a la altura de la parisina, los
dos mejores del Mundo. La Joyería artística (creada por Benvenuto Cellini y
Alberto Durero el siglo XIV) de la que la española junto a la francesa,
llegaron a ser las dos mejores del Mundo…
La industria crecía a buena velocidad, impulsada por el
Instituto Nacional de Industria, reciclando a quienes llegaban del sacrificado
Campo a las ciudades industrializadas; esos grandes silos que vemos cuando
viajamos, se hicieron entonces, aunque se les haya quitado el anagrama, para
mejor almacenaje del cereal; se levantaron millones de viviendas –esas que de
vez en cuando se las quedan los bancos, dejando a sus viejos moradores en plena
calle-, se construyeron muchos pantanos, aprovechando su salto para crear la
energía necesaria para el general desarrollo, creador de riqueza; infinidad de
grandes, medianos y pequeños hospitales; mejoras en la red ferroviaria; mejoras
de la red de carreteras; residencias veraniegas para los trabajadores, esas que
ahora disfrutan como cerdos en un patatal los liberados miembros de las CCOO y
la CNT.
Los españoles de entonces estábamos orgullosos de serlo
porque formábamos parte de aquel Milagro Español que asombró al Mundo. Pero,
claro; entonces no había un Jefe del Estado silente e inane ante los retos del
traidor y apátrida separatismo, ni ese Jefe de Estado daba más importancia a
manosear un conejo rubio, la caza de un oso borracho o un paquidermo, que al
interés nacional. En aquel tiempo los españoles sabíamos que nos miraban con
cierto miedo y preocupación, pues veían que un gobierno autoritario, que no
dictatorial, era capaz de gobernar en paz, respeto y crecimiento económico.
Ahora, en el mejor de los casos, les damos pena.
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