lunes, 1 de julio de 2013

EN EL MEJOR DE LOS CASOS, LES DAMOS PENA.


Echarse un periódico a los ojos en Madrid, ciudad en que resido -me figuro que será igual en el resto de España-, es sentir vergüenza absoluta. Es duro notar, volviendo cada hoja, que la cara se nos cae a cachos leyendo que unos padres se deshacen de sus hijos de 11 y 22 meses, por no poderles dar alimentos ni cobijo; que ha habido casos y se siguen dando casos de personas que por haber sido desahuciados de sus viviendas, han tomado el equivocado camino de quitarse la vida; que mientras el paro no decrece, y la pobreza se va haciendo más notoria, hay políticos que cobran varios sueldos por acudir simplemente a echar una firma en un papelucho; que hay cuidadores de ancianos capaces de darles muerte en serie por simple capricho; que por nuestras calles, no es extraño ver gentes se matan a tiros o a puñaladas como en Chicago año 30; que con más frecuencia “de la permitida” aparecen políticos prevaricadores y cohechadores por cuenta del partido, o por propio beneficio; que la práctica totalidad de los políticos se venden como putas,  que proliferan los individuos que les pagan como vulgares puteros; que hay banqueros que se dejan chantajear por jueces; que hay jueces que cobran dinero por no mandar a alguien a la cárcel; que el Jefe del Estado se ve obligado a pedir perdón, como el niño que es pillado metiendo el dedo en el bote de leche condensada, por hacer un viaje, sin permiso del Ejecutivo, a Botswana, en compañía de quien en algunos medios es más que una amiga del alma, y en el que, solo Dios sabe el por qué, estuvo a punto de doblar la servilleta y entregar el cubierto y el vaso; que el yerno y la hija del rey están a punto de caer en manos de la Justicia.

¿Qué pensaran de España y de los españoles allende nuestras fronteras, viéndonos de esta manera?

Hace cincuenta años a los españoles no nos importaba ni mucho ni poco lo que de nosotros pudieran pensar allende nuestras fronteras porque estábamos orgullosos de lo que estábamos haciendo entre todos ¡Todos! En el Campo, en la Industria y en el Comercio. Las universidades españolas (esas que ahora parecen un patio de monipodio), muy valoradas en el exterior, formaban universitarios homologables a los mejores del Mundo. La industria naval era una de las mejores del Mundo. La Alta Costura, encabezada por Asunción Bastida y Paco Rabanne y Cristóbal Balenciaga, a la altura de la parisina, los dos mejores del Mundo. La Joyería artística (creada por Benvenuto Cellini y Alberto Durero el siglo XIV) de la que la española junto a la francesa, llegaron a ser las dos mejores del Mundo…

La industria crecía a buena velocidad, impulsada por el Instituto Nacional de Industria, reciclando a quienes llegaban del sacrificado Campo a las ciudades industrializadas; esos grandes silos que vemos cuando viajamos, se hicieron entonces, aunque se les haya quitado el anagrama, para mejor almacenaje del cereal; se levantaron millones de viviendas –esas que de vez en cuando se las quedan los bancos, dejando a sus viejos moradores en plena calle-, se construyeron muchos pantanos, aprovechando su salto para crear la energía necesaria para el general desarrollo, creador de riqueza; infinidad de grandes, medianos y pequeños hospitales; mejoras en la red ferroviaria; mejoras de la red de carreteras; residencias veraniegas para los trabajadores, esas que ahora disfrutan como cerdos en un patatal los liberados miembros de las CCOO y la CNT.

Los españoles de entonces estábamos orgullosos de serlo porque formábamos parte de aquel Milagro Español que asombró al Mundo. Pero, claro; entonces no había un Jefe del Estado silente e inane ante los retos del traidor y apátrida separatismo, ni ese Jefe de Estado daba más importancia a manosear un conejo rubio, la caza de un oso borracho o un paquidermo, que al interés nacional. En aquel tiempo los españoles sabíamos que nos miraban con cierto miedo y preocupación, pues veían que un gobierno autoritario, que no dictatorial, era capaz de gobernar en paz, respeto y crecimiento económico.

Ahora, en el mejor de los casos, les damos pena.

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