martes, 23 de abril de 2013

HAY ALGUNA DIFERENCIA.

“El Estado se compromete a ejercer una acción constante y eficaz en defensa del trabajador, su vida y su trabajo limitará convenientemente la duración de la jornada para que no sea excesiva y otorgará al trabajo toda suerte de garantías de orden defensivo y humanitario. En especial, prohibirá el trabajo nocturno de las mujeres y niños…

El Estado mantendrá el descanso dominical como condición sagrada en la prestación del trabajo”.

Sin pérdida de la retribución y teniendo en cuenta las necesidades técnicas de la Empresa, las leyes obligarán a que sean respetadas las festividades religiosas que las tradiciones imponen, las civiles declaradas como tales…

Todo trabajador tendrá derecho a unas vacaciones anuales retribuidas para proporcionarle un merecido reposo…”

Por Orden del Ministerio de Trabajo de 7 de Mayo de 1946.

Aquel gobierno se comprometía con los trabajadores a mejorar las condiciones que, hasta el comienzo de nuestra guerra (Cruzada) habían sufrido desde tiempo inmemorial. No fue fácil ni cómodo, para las empresas, para los trabajadores ni para las mujeres e hijos de estos, pero la promesa gubernamental, lentamente, poco a poco, fue cristalizando enraizada en la seguridad del puesto de trabajo; del salario semanal o mensual que aseguraba la supervivencia, al principio, para más tarde (unos años después) ir ascendiendo en posibilidades (a nadie se lo regalaron) ganadas con esfuerzo y, como fruto a su esfuerzo, la población laboral rescatada, llegó a alcanzar lo que, en la España anterior (ni las monarquías, ni la dictadura del general Primo de Rivera), parecía inalcanzable.

Pero eso es una de las obligaciones que debe asumir un gobierno -junto a otras muchas que debe administrar, son todas las que están bajo la tutela del Estado- y que, en estos momentos -¡de gloriosa democracia!- existiendo esa obligación, está totalmente difuminada. Así es que se permite que el trabajador, un muchos casos, trabaje bajo condiciones de esclavitud: jornada al capricho del empresario; sueldo insuficiente; seguridad en el empleo nula y trato humano inexistente.
“El crédito se ordenará en forma que, además de atender a su cometido de desarrollar la riqueza nacional, contribuya a crear y sostener el pequeño patrimonio agrícola, pesquero, industrial y comercial (entones no existían los grandes tiburones económicos).

La honorabilidad y la confianza basadas en la competencia y en el trabajo, constituirán garantías efectivas para la concesión de los créditos.

El Estado perseguirá implacablemente todas las formas de usura”.


Esa, y no otra, es la esencia del crédito, y no la perversión en la que le han convertido. El crédito es la inyección económica que necesita una empresa para renovarse o crecer adecuadamente. Una empresa es un ente vivo que tiene la responsabilidad de generar, con la colaboración de sus trabajadores, riqueza que contribuya a que la Nación se fortalezca económicamente, haciéndola más sólida y segura. El crédito se creó como ayuda y no como enemigo.

Si a las entidades de crédito (banco, cajas y asimilados) se les aplicara esos principios contra la usura, no habría un solo banquero (hasta el gorrilla de Ferrari), cajero y asimilado que no estuviera sujeto a régimen carcelario.

La dejación gubernamental, o la complicidad delictiva (más bien lo segundo) es quien ha puesto en la situación tan desesperada a muchos centenares de miles de españoles.

A la muerte del Caudillo se reunieron un grupo sinvergüenzas; unos cuantos perjuros; algunos separatistas y otras gentes de mal vivir y defecaron, en 1978, un panfleto al que nadie, ni siquiera quienes lo deberían respetar y hacer respetar, hace puñetero caso, saltándose su hipotético mandato a la garrocha o, lo que aún es peor, pasándoselo por el pliegue de sus posaderas. Y, así nos va.

Los textos que están entre comillas, pertenecen al Fuero del Trabajo. Hay alguna diferencia ¿No?

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