jueves, 8 de noviembre de 2012

DEMASIADOS FALLOS EN SUS FALLOS.

El Tribunal Constitucional, como va siendo costumbre, se pasa el mandato constitucional por el forro de sus caprichos, por muy grotescos (en todas sus acepciones) que pudieran parecer; ya van siendo demasiados los “fallos” de sus fallos, para que se les siga permitiendo a sus miembros que sean quienes vigilen la gobernación y ordenación de la vida nacional; de nuestras normas de convivencia. Durante sus años de vida, han sido muchas las sentencias de difícil explicación. Por traer unas pocas, sin ánimo de ser exhaustivo, hay que recordar el fallo sobre la expropiación de Rumasa; el Estatuto de Cataluña; el fallo que permitió y permite a los pro-etarras participar en las distintas elecciones (generales; autonómicas; forales y municipales) y, ahora, el matrimonio homosexual.

¿Para qué se necesita el Tribunal Constitucional? El tronco de la Justicia tiene en el Tribunal Supremo su rama más alta y más firme, competente, con más credibilidad que un tribunal que para pertenecer a él, ni siquiera es necesario ser juez.

Estos señores que componen el Tribunal Constitucional, no han tenido en cuenta algo tan obvio, parece mentira, que no hayan reparado en ello, para “fallar” su fallo y es que, la sexualidad del ser humano, no tiene nada que ver con el matrimonio. Está demostrado que un ser humano, varón o hembra, puede satisfacer su sexualidad de mil maneras diferentes, sin que por ello tenga que casarse con su partenaire en el disfrute: por propia mano; con vacunos; caprinos; aviares; equinos; porcinos; cánidos; felinos; homínidos; objetos de plástico, inflables o no, y me cuentan que hay una tribu, no se en que Continente, que los hombres copulan con la madre tierra, con el fin de contribuir a su fertilidad. Y por último, en el colmo de los colmos, los hay que disfrutan más que un cerdo en un lodazal, escuchando y diciendo guarradas por el teléfono.

Al matrimonio entre mujer y hombre, se llegó cuando el ser humano comenzó a desarrollarse inteligentemente y comenzó a distanciarse del comportamiento animal, de convivir en manada, sin vínculos sentimentales ni familiares, y se dedicó a cuidar de su pareja y de su propia descendencia. De esa manera nació la institución más importante y beneficiosa para la Humanidad, recogida en un buen número de constituciones, de países en todo el mundo y, en nuestra constitución, en su articulo 32 (“el hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio en plena igualdad”). Ayer, 11 ancianos, en vez de apuntarse a los viajes del Inserso y dejar de enredar, han decidido que la sociedad no ve como menoscabo al matrimonio que recogió la Constitución Española, en 1978 (como si no existiera desde hace siglos), el que la misma denominación se use con la unión de dos personas del mismo género.

La falta de principios, inteligencia e imaginación de los legisladores españoles (algunos de ellos hasta hace pocos años, por no conocer el papel higiénico, cuando iban a la cuadra a hacer su deposición, como otro animal más, se limpiaba el ano, marrano, con una piedra) es lo que ha impedido que a la unión homosexual no se le haya encontrado otra figura jurídica que contemple los mismos derechos y obligaciones, y que sirva para distinguirla de secular.

Queridos camaradas y amigos, a mí, que intelectualmente no soy nada del otro mundo, se me ha ocurrido en un plis, plas, una denominación para ellos y, otra para ellas: “Hombrimonio” y “Mujerimonio”. ¿Qué os ha parecido? Pues, no me ha costado esfuerzo mental alguno; ha salido de un tirón. La cosa es ponerse a ello.

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