sábado, 29 de septiembre de 2012

¡CRASO ERROR, MI GENERAL!.

Yo no se si Luis María Anson, en el Cultural de El Mundo, los viernes los dedica a decir idioteces, o es que las idioteces son coincidentes con cuando a mí se me ocurre leer dicho suplemento. El de ayer, más que idiotez, rezuma gilipollez babosa. Su enamoramiento por Juan sin tierra da nauseas. “El Rey de derecho de España, Juan III de Borbón, se instaló allí (Estoril) en 1946 con la esperanza de convertirse en Rey de hecho en poco tiempo acosado Franco por los vencedores de la Guerra Mundial en la que el dictador había participado junto a Hitler enviando al frente oriental una división de su ejercito”.

Aquí, el amigo, parece que se olvida que sin Franco, ni su Señor Juan sin tierra ni su hijo Juan Carlos I de Borbón, ni de hecho ni de derecho habrían sido jamás reyes de España. También se olvida de que los aliados, menos los jodidos rojos que volvieron a sus países con el rabo entre las patas, barridos por el Ejercito Nacional, y la URRS, preferían mil veces a un Franco, regenerador de valores, antes que la amalgama de rojos, masones y anarquistas, personajes de todo pelaje, nada dignos de tenerles en el Sur de Europa, teniendo a la Unión Soviética en el Norte. ¿Olvido u odio, señor Anson?

Y cuenta una anécdota en la que interviene don Nicolás Franco, embajador en Portugal. “A Don Juan le recibió en el aeropuerto de Lisboa Nicolás Franco, hermano del dictador y embajador de España. Le ofreció para trasladarle a Estoril un automóvil de “postín”. “Pero embajador –dijo Don Juan- este es su coche, ¿no? “No –respondió el embajador- este es el automóvil que el Gobierno español pone a disposición de Vuestra Majestad”. Don Juan se volvió y le dijo: “Ramón, pídame un taxi” y en un taxi se trasladó por la carretera que enlaza el aeropuerto con Estoril”.

Por como se lee en el artículo del señor Anson, el que Juan sin tierra no admitiese usar el automóvil de “postín” seguramente un buen viejo, pero aseado automóvil, fue un gesto de dignidad ¡Como iba el a aceptar un coche del dictador! Su majestuoso culo podía pagarse un taxi. Su dignidad ofendida le llevaba a no admitir el coche, en cambio su dignidad no se ofendía cuando recibía la jugosa asignación que Franco, con el sacrificio de todos los españoles, le mandaba para su manutención, bebetunción y gastos generales, incluidos taxis. Y habla de enjambre, en el que incluye a los sin tierras de Rumanía, Francia, Italia, Bulgaria y España; habla de pasiones –quizá es que el repóquer de reyes, se apasionaban con sus copas de ginebra o Vodka, según el gusto- en el Estoril de los años dorados. “Fue Juan Carlos de Borbón que se convirtió en Rey de España (le convirtió Franco en Rey de España, no se le olvide, señor Anson) y desde hace cerca de cuatro décadas encarna la Monarquía que siempre defendió su padre frente a la dictadura y que se ha convertido en un símbolo de libertad, de democracia y de prosperidad en todo el mundo”.

Señor don Luis María Anson, este último párrafo lo he leído diez veces y, de verdad, le aconsejo que tome Ceregumil, que dicen que es un buen reconstituyente para la memoria. Comenzando por el final, no tengo más remedio que decirle que, además de desmemoriado, está usted en Babia. ¿Esta prosperidad de España es un símbolo en el mundo? ¿Esta monarquía, que al titular le mueve cualquier mindundi como se mueve a un guiñol; la monarquía de la cacería del oso borracho, el elefante y la rubia condescendiente, es el símbolo en el mundo? Es usted de verbena. Para el conocimiento de quienes por infinitos motivos no lo sepan, he de dejar aquí escrito que su Señor Juan sin tierra jamás podría ser Rey en España, por que su papá, Alfonso XIII, a las primeras algaradas del populacho, huyó de España dejando a los españoles, a la mayoría, a merced de cuatro sinvergüenzas que dieron entrada a las hordas revolucionarias, a las que en 1936, un puñado de militares PATRIOTAS, unos pocos falangistas y otros tantos requetés, les pusieron, primero el freno y, después, la marcha atrás, hasta la derrota.

Franco no quiso, conociendo el percal, restaurar la monarquía traidora, sino instaurar una nueva monarquía, que pensó fresca y sana ¡Craso error, mi general!


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