sábado, 25 de junio de 2011

Pequeñeces.

A nadie se le puede haber escapado que esta sociedad en la que estamos incluidos es, de lo que conozco, la más hortera, sucia e irrespetuosa, consigo misma, y con los demás. Por sabido, no le voy a dar más vueltas, porque aunque esa peculiaridad es el meollo de lo que quiero decir, en realidad es tan solo la espita.
Desde siempre, mejor dicho, desde que el ser humano apareció sobre la tierra, y comenzó a estructurarse, primero como manada y más tarde como núcleo social, aparecieron como embriones de lo que han llegado a ser, el respeto y el decoro. Dos cosillas que, según parece, por lo que se quejan algunos diputados, han olvidado alguno de los visitantes, de los que van a fisgar lo que dicen y hacen aquellos que se dice que son los representantes del pueblo. El asunto –como no tienen otra cosa más interesante que hacer- ha tomado tal cariz, que ya se habla de poner un comisionado en la puerta por donde han de pasar los visitantes, para rechazar a los que intenten entrar calzando chanclas, cubriéndose el torso con camiseta de tirantes (habiendo allí dentro tanto cerdo con tirantes…), o con pantalón corto de pernera, ellos; a ellas no se las exige tanto, por lo decorativas que se las ve en minifalda o pantaloncito corto, mostrando las nalgas, muy bonitas casi todas, y por la zona alta, mostrando casi todo el “genero” que tienen en el escaparate.
Esta historia, para mí, tiene dos vertientes muy claras; una, la frívola, que no tiene mayor trascendencia que la leve falta de respeto a lugar tan señero y las personas que presuntamente se reúnen en el Hemiciclo de la Cámara, para resolver los problemas del país, que por cierto, van correctamente ataviados.
Y la otra vertiente, se une a la anterior por la falta de respeto que los representantes del pueblo nos demuestran, al estar más pendientes de las indumentarias de los curiosos que de cumplir con el mandato que, junto al acta de diputados, recibieron al comienzo de la legislatura: apoyar al gobierno en sus proposiciones, los de su propia cuadra, o a ejercer la oposición de manera leal y constructiva, los de las otras cuadras. El problema de la chancleta ha surgido de manera tan explosiva, a estas alturas de la legislatura, porque los/as del gobierno y los señores/as diputados/as –esto de las “as” es una chorrada- ya han resuelto todos los problemillas que se han presentado durante estos últimos tres años, y como estamos en verano, a punto de las “merecidas vacaciones”, pues se dedican a corregir esas pequeñeces que rompen la armonía estética del muy clásico edificio de las Cortes.
El otro día, cosa rara en mí, me quede a ver, frente a la pantalla del televisor, la entrada del presidente -“golpeado” por el Rubal y sus mariachis- y de sus ministros en el Hemiciclo; fueron sentándose en sus respectivos escaños, primero el tonto de los mofletillos; le siguieron el cazador de faisanes y cuando la ministra Leire Pajín dejó caer su gran trasero sobre el escaño, ¡coño! vi cómo este se zarandeaba ¡zas cataplas!, a punto de aposentar a la señora ministra sobre el duro y puñetero suelo.
¿Qué ha podido pasar? Le pregunté a mi amigo de siempre. “Es el fantasma de Práxedes Mateo Sagasta que, viendo lo que se le avecinaba, ha puesto pies en polvorosa”, me contestó con gran sencillez y laconismo.

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