miércoles, 18 de abril de 2018

EL CLAUSTRO UNIVERSITARIO NO ES UN ANTÍDOTO.

Desde pequeño, aún sin haber estado allí, he tenido un sentimiento especial por Tarragona.

Y cuando por fin la visité, no quede defraudado. Tarragona, al visitante, no le da tregua presentándole un sinfín de maravillosas proposiciones; Intelectual o lúdica; antigüedad o modernismo. 

Como casi en el resto de España, la antigua Tarraco, está sembrada de las huellas romanas. 

Extraordinaria civilización, aún más revalorizada comparándola con la simple, triste y poco lúcida de esta que estamos padeciendo. Cada día más egoísta, mezquina e introvertida; tan lineal; sin belleza y sin  relieve. 

Los que disfrutamos de la belleza hemos de sobrevivir del pasado porque, ya veis lo que nos ofrece el presente.

Pero esta bonita ciudad tiene otras muchas cosas que ofrecer para ser disfrutadas. Un relajante paseo por los jardines de la Quinta de San Rafael; una aconsejable visita para ganar indulgencias a la Primada Catedral Basílica de Santa Tecla; y ¿quién se resistiría a darse un baño aquí? Yo, no ¡plafff!.

Ojo al dato con la cocina tarraconense. A la hora de repostar el cuerpo es conveniente tener en cuenta que el plato fuerte, normalmente, no se lo salta cualquiera; así que es recomendable empezar con unos entrantes suaves porque, la Romescalla, guisada en cazuela, compuesta de Rape, Merluza, Sepia, Cigala, Gamba, Almeja, Mejillones, Almendra, Avellana, Pan y Vino Blanco, doy fe que resulta imposible acabar con ella. 

Lo mismo ocurre si se recurre a un arroz caldoso o un Charlar Tarraconense; si pretendes acabar con un riquísimo helado de avellana.

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La gilipollez es una enfermedad que va unida a los genes de los seres humanos, y que llega a su máxima expresión, cuando el humano en cuestión explota en "político democrático". Independiente de nacionalidad o sexo.

A cualquier nivel de la sociedad en el que uno se pueda introducir, por mucho empeño que se ponga escuchando, no se escucharán tantas gilipolleces, y de tan gran tamaño, como cuando se oye hablar a los políticos democráticos. Y eso que, menos los rojos de este país, los demás políticos, la grandísima mayoría, son universitarios. ¡Universitario! Está claro que el claustro universitario no es un antídoto contra la gilipollez.

La coalición Conservadora y Ultraderechista que gobierna Austria,

ha llegado a la conclusión de que es necesario, para parar la llegada a ese país de refugiados políticos, hacerles pagar algo más de 800 euros por cabeza, para ser aceptados. La clasificación ético-estética de la decisión política, si es que se piensa que no es la imagen de una auténtica y absoluta gilipollez, la dejo a la voluntad y buen juicio de cada cual.

Si se tiene en cuenta que en la mayoría de los casos los refugiados políticos como única riqueza al llegar a un país de acogida tienen el hambre ¿de donde estos gilipollas piensan que van a sacar esa fortuna? 

Y por otro lado; es más decente pedir dinero en el mercado de la prostitución, que pedir ese dinero a unos pobres por dar a regañadientes un lugar

cerca de la lumbre.

Eloy R. Mirayo.

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