martes, 20 de marzo de 2012

ESNOBISMO.


El excelentísimo ayuntamiento de Madrid, del que es regidora la excelentísima señora doña Ana Botella, lo que mejor sabe hacer hasta ahora es cobrar el I.B.I, cosa, por otro lado, nada difícil, puesto que los edificios no se pueden ocultar (ya me gustaría saber cuanto pagan los bancos por dicho impuesto, de los pisos deshabitados que tienen en cartera, si es que lo pagan). Tampoco se le da mal sacarnos la guita a los automovilistas con el feo asunto del aparcamiento de la O.R.A, que por cierto, lo van a prolongar una hora más, hasta las nueve de la noche. Pues bien, este ayuntamiento, el más endeudado de España, y probablemente del Mundo, que se ha montado una Sede suntuosa (dinero); que está vigilante para que los edificios pasen la costosísima I.T.E., bajo amenaza de sanción (dinero); que tiene un mini ejercito motorizado y pedestre, debidamente pertrechado (dinero); que ha vuelto a establecer la tasa de la basura y encarecer otras tasas (dinero), resulta que para algo tan sencillo, pero de su inexcusable obligación, que es la vigilancia callejera, o no tiene personal, o es que la cosa no les preocupa demasiado al no haber nadie que se lo reclame.

El caminar por las aceras se va convirtiendo en un ejercicio cada día más arriesgado, a las correas extensibles con que algunas personas llevan a sus perros, y a la posibilidad de escurrirse al pisar alguna de las muchas “muestras” perrunas que con enorme profusión adornan las aceras, se ha unido la frecuencia con que motos y bicicletas transitan por ellas, a la pata la llana, con la normalidad de si lo estuvieran haciendo por la calzada. En Valencia, que la señora Barberá, doña Rita, gobierna el Ayuntamiento, se dedica, insisto, como es su obligación, a multar a quienes se han tomado el derecho de conducir sus bicicletas por las aceras, mezclándose con los viandantes, que al final, son los que deben caminar con mil ojos, para poder salvarse de estos salvajes en velocípedo. ¿Para cuando en Madrid pondrán en marcha el ejemplo de doña Rita? ¡Ah, si fuera un nuevo impuesto!

El anterior alcalde de Madrid, el señor Ruiz Gallardón, preocupado por los derechos de los ciclistas, esos nuevos centauros del asfalto, les ha regalado varios kilómetros de carril bici, diseminados por varios barrios de esta nuestra capital; en concreto me voy a referir al que más conozco que es el que discurre por la calle Hermanos García Noblejas, por ambas aceras. Cualquier persona medianamente inteligente, viendo el trazado de dichos carriles, automáticamente comprende que solamente a un necio se le podría haber ocurrido semejante cosa. Las aceras de la calle G. Noblejas son muy anchas y, ya que al ayuntamiento se le ha ocurrido la gilipollez de hacer un carril sobre las aceras, lo más normal es que el trazo lo hubieran puesto junto al encintado y no prácticamente centrado que, con el movimiento humano que hay en alguno de sus tramos, la posibilidad de accidente es muy cierta. 

Madrid no es La Haya; Madrid tiene muchas cuestas y el uso de la bicicleta para ir al trabajo, teniendo en cuenta el ejercicio que se hace y el sudor que provoca, no es el mejor de los medios de transporte con lo que la bicicleta, amén de los muy escasos que la pueden utilizar como herramienta de trabajo, para los demás usuarios que nos van incomodando por nuestra aceras, con el beneplácito de la autoridad municipal, lo hacen por esnobismo; porque lo han visto en alguna película extrajera y, como hay gente tan original, pues… ¡Ala, a los pedales!

Y, menos mal que el señor Ruiz Gallardón se lo han llevado, que si aun siguiera de alcalde, si para unos pocos ciclistas ha creado unos carriles exprofeso, lo mismo se le habría ocurrido, para hacer más gorda la deuda, peatonalizar unas calles para las personas rubias; otras para las morenas; otras para las pelirrojas y albinas; otras para heterosexuales; otras para homosexuales; otras para lesbianas; otras para seguidores del Real Madrid; otras para los del Atlético de Madrid; otras para los del Rayo; otras para los del Getafe… y, así, hasta mil, o más, formas distintas de distinción. 

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