La reciedumbre del carácter castellano es posible que marque su nivel más alto en los habitantes de esta acorazada ciudad -quizás sea esa la razón- lo que no les resta un ápice a su corrección y amabilidad con el visitante.
Ávila es una ciudad que envicia al paseante interesado en la arquitectura relacionada con la religión, de tal manera que después de completar el circuito -entre iglesias y conventos 24 edificios-, quien le cubre de corrido, solo se da cuenta de lo caminado, cuando agotadas sus piernas se sienta a la mesa en algún restaurante, obligado a reponer las fuerzas con un respetable plato de judías del barco de Ávila, seguido de un gran chuletón de Ávila -de kilo- cerrando con unas deliciosas yemas de Santa Teresa. La firmeza pétrea de los edificios de sus calles; su
sus iglesias y conventos, crean la serena sensación de que en cualquier momento, por cualquiera de aquellas sólidas puertas, impartiendo bendiciones, pueda aparecer Santa Teresa de Jesús.
********
Un comentario sobre Iñigo Pérez de Consuelo Font (cuñado del ministro Méndez de Vigo), en el diario El Mundo, del pasado día 3, deja claro que cuando está "legión de neointelectuales"
salida de alguna Facultad de la Información trata un tema, da lo mismo la materia, algunos lo hacen -pues son tan listos- de oído; por intuición, como yo toco la gaita escocesa. Así nos va a ellos y a mí, ¡no te jode!.
"... La Monarquia de la que la ultraderecha abomina por traer la democracia a España". Esa afirmación gratuita es la guinda con la que corona su plasta informativa la señora Font. (ya hubo otro cómico que se llamó Roberto Font).
Afirmar que eso a lo que la gilipollez nacional ha dado en denominar ultraderecha, abomina la monarquía por el hecho de haber traído a este país la democracia, no hace más que demostrar que en este país, hay gente que con gran agilidad y arte produce gilipolleces, sin siquiera tener el conocimiento necesario para enterarse -es su normalidad-, de que se les están escapando las gilipolleces a chorro por la boca, cuando hablan, y por las teclas del ordenador, cuando escriben.
La cosa es así de sencilla: cuestión de inteligencia.
De inteligencia, porque desde un posición inteligente no es normal que a estas alturas existan seres humanos aparentemente dotados de capacidad de análisis, que políticamente digan que son monárquicos; cuando no hay una sola Monarquía, al menos en Europa, que por su intención ejerza alguna influencia en el ejercicio de gobierno; a lo más que se puede llegar a comprender -al menos yo, con muy buena voluntad- es a aceptar que existan unos pocos "románticos" que se extasían viendo la película
lo que les hace sentir simpatía personal por quienes encabecen las monarquías existentes.
No es abominar, señora Font, que es cosa muy fea como cristianos, sino el simple hecho de no creer en una institución
desposeída en gran parte de autoridad, que ha sido incrustada, no se sabe por qué (¿cuestión de pedigrí?), en algo que llaman Democracia, que se supone que defiende la igualdad de derechos y obligaciones de la gente, y lucha contra el privilegio.
No parece razonable, desde un pensamiento democrático, que la Jefatura de un Estado -es lo que piensan muchos millones de españoles- independiente a los valores y deficiencias personales: físicos e intelectuales, esté sujeta a la herencia familiar, y no al mérito personal.
(Carlos II el Hechizado, la triste historia de un rey enfermo.
"El Príncipe parece bastante débil; muestra signos de degeneración; tiene flemones en las mejillas, la cabeza llena de costras y el cuello le supura (…) asusta de feo").
Según el embajador de Francia. A mí, que me registren; aún no había nacido.
Eloy R. Mirayo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario