“Un personaje demasiado hispánico. Magnífico actor que se convirtió a su pesar, en símbolo de una España casposa”.
El señor Luis Antonio de Villena, persona acostumbrada a atacar la retaguardia y que no le hace ascos a que le asalten la propia, se permite la osadía de tasar a la baja el ser hispánico de don Alfredo Landa, de paso que insultar a España y a los españoles de esa época. Este memo, flor marchita mal brotada del jardín del colegio del Pilar de Madrid; casposo, grasiento y asqueroso julandrón; niño bien alimentado del barrio de Salamanca; en algo que debería ser una jaculatoria por una gran persona, a quien los españoles debemos agradecimiento eterno por lo buenísimos ratos que nos ha hecho pasar con su magnífico trabajo, va y le envasa como “bajito, regordete, con aire simpático, tímido y rijoso reprimido”. Como arquetipo del español medio.
El señor Luis Antonio de Villena, persona acostumbrada a atacar la retaguardia y que no le hace ascos a que le asalten la propia, se permite la osadía de tasar a la baja el ser hispánico de don Alfredo Landa, de paso que insultar a España y a los españoles de esa época. Este memo, flor marchita mal brotada del jardín del colegio del Pilar de Madrid; casposo, grasiento y asqueroso julandrón; niño bien alimentado del barrio de Salamanca; en algo que debería ser una jaculatoria por una gran persona, a quien los españoles debemos agradecimiento eterno por lo buenísimos ratos que nos ha hecho pasar con su magnífico trabajo, va y le envasa como “bajito, regordete, con aire simpático, tímido y rijoso reprimido”. Como arquetipo del español medio.
Este imbécil, quizá entretenido en posición de a cuatro patas y calzón bajado, no tuvo tiempo de disfrutar de una España mucho más bonita y amable de lo que está resultando la España de los más de seis millones de parados; la España de los desahucios; la España de los nazionalismos; la España de la corrupción; la España del SIDA; la España de la droga; la España de Urdangarin; la España de los desfiles de tortilleras y maricones; la España del GAL; la España del oso drogado, el elefante y la Corinna; la España de los millones de euros exiliados en paraísos fiscales; la España de las preferentes bancarias; la España de las películas casposas e infumables; la España de los aeropuertos sin aviones; la España de los políticos incapaces y de manos largas; la España de los abortos indiscriminados; de la España del 60% de jóvenes en paro; la España de una gran parte de jóvenes alcoholizados y drogadictos .
Los que en aquellos “tiempos tristes y oscuros” trabajábamos y ganábamos el dinero que nos permitió comprar nuestras viviendas; nuestro utilitario y muchos, hasta la segunda vivienda en la playa o la montaña; que celebrábamos los bautizos de los hijos que no abortábamos; que celebrábamos las comuniones de nuestros hijos (hijos de trabajadores) en restaurantes; que salíamos de veraneo, interior, pero veraneábamos; que sabíamos que nuestro puesto de trabajo iba a estar ahí, a la vuelta del verano; que había, donde se podía ir, cantidad de cines, teatros y salones de baile; que se llenaban los estadios de fútbol y las plazas de toros.
Pero, claro; el señor de Villena, que posiblemente seguía a cuatro patas y con el calzón bajado, no tenía -estando en esos enredos-, tiempo para disfrutar de aquella España que también disfrutaba de buena manera en las fiestas de los pueblos o en las verbenas. Las madrileñas las disfruté, hasta que llegó la Democracia con su cegadora luz. Por cierto, la de san Isidro se ponía en la pradera de su nombre, lugar donde los rojos –socialistas y comunistas- fusilaron una gran cantidad de personas, a las que acusaban de fascistas.
En mi modesto Obituario -quizá aquí Don Alfredo se sentirá más a gusto-, no va a quedar reflejado más que mi respeto y mi agradecimiento. Los españoles; los buenos españoles, con su marcha quedamos tristes, porque se nos ha ido el gasolinero franquista de “Lleno, por favor”; nos ha dejado “El Crak”.
Los que en aquellos “tiempos tristes y oscuros” trabajábamos y ganábamos el dinero que nos permitió comprar nuestras viviendas; nuestro utilitario y muchos, hasta la segunda vivienda en la playa o la montaña; que celebrábamos los bautizos de los hijos que no abortábamos; que celebrábamos las comuniones de nuestros hijos (hijos de trabajadores) en restaurantes; que salíamos de veraneo, interior, pero veraneábamos; que sabíamos que nuestro puesto de trabajo iba a estar ahí, a la vuelta del verano; que había, donde se podía ir, cantidad de cines, teatros y salones de baile; que se llenaban los estadios de fútbol y las plazas de toros.
Pero, claro; el señor de Villena, que posiblemente seguía a cuatro patas y con el calzón bajado, no tenía -estando en esos enredos-, tiempo para disfrutar de aquella España que también disfrutaba de buena manera en las fiestas de los pueblos o en las verbenas. Las madrileñas las disfruté, hasta que llegó la Democracia con su cegadora luz. Por cierto, la de san Isidro se ponía en la pradera de su nombre, lugar donde los rojos –socialistas y comunistas- fusilaron una gran cantidad de personas, a las que acusaban de fascistas.
En mi modesto Obituario -quizá aquí Don Alfredo se sentirá más a gusto-, no va a quedar reflejado más que mi respeto y mi agradecimiento. Los españoles; los buenos españoles, con su marcha quedamos tristes, porque se nos ha ido el gasolinero franquista de “Lleno, por favor”; nos ha dejado “El Crak”.
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