“El rey, decidido a intentar reactivar los mejores valores de la Transición”, según la portada del periódico El Mundo.
Suponiendo que la transición española hubiera sido capaz de crear algún valor, que es mucho suponer, hace falta tener descaro para que ahora, después de treinta y ocho años de desatención a muchos sus deberes; en la curva descendente de su vida, venga a decir que se preocupa de forma activa por reactivar unos valores que, si alguno hubo, tiene que estar podrido y tan fuera de fecha como...
A Su Majestad don Juan Carlos le ocurre lo que a muchos jubilados; cundo están a punto de doblar la servilleta, se les ocurre las “mejores” ideas y claro, ya no les queda tiempo más que para dar una buena imagen en el “estuche de pino”. Hablar de “transparencia” cuando dos cuidadores de sus finanzas han visto de cerca la cara adusta de la justicia, no deja de ser un brindis al Sol en tarde nublada.
Después de tantos años de “ausencia”, querer envolverse en la bandera de moderador, cuando se ha dejado manejar al antojo de cualquier patán –en nuestra memoria esta el momento que el inútil de Zapatero, ante el difunto Chávez, le mandó callar- es para mear y no echar gota. El tiempo pasa y las ocasiones no vuelven. El rey don Juan Carlos tuvo en la mano ese papel de moderador –los cuarenta senadores por designación real- y lo cambió por las salidas “incógnitas”, el esquí en Baqueira Beret y el navegar mallorquín en los Bribones.
Yo tuve un tío, también se llamó Eloy, que un día salió de su casa a trabajar, como de costumbre y, sin avisar a su familia –mujer y dos hijas-, se marchó a Francia; allí, en el mismísimo París estuvo mucho tiempo sin acordarse de las personas a las que había abandonado, como se abandona a algo inservible; un clínex recién pasado por la nariz y, al cabo de los años, viejo, derrotado por el licor, enfermo de sífilis y sin una puta perra en el bolsillo, volvió a su casa, pretendiendo recuperar el respeto y el cariño de su familia. Si, fue admitido; su familia le dio comida, techo y ropa limpia pero, nada más.
Los españoles estábamos en costumbre de respetar, porque había a quien respetar. Nadie de los que vivimos aquellos cuarenta años, tuvimos motivos para creer que el Jefe del Estado tuviera la mala costumbre de beber como un cosaco, hasta el punto de romperse un hueso contra el suelo, ni que anduviera con toda clase de furcias. Cuarenta años de respeto solamente se consiguen con respeto mutuo. Los españoles de ahora, llevamos casi la misma cantidad de años sin ser respetados por quien tiene la obligación de respetarnos.
En un sistema de las características del que sufrimos, la jefatura del Estado debe respeto a las decisiones del Ejecutivo; pero, a su vez, el Ejecutivo debe respetar, si no a la figura humana del Jefe del Estado, porque este no lo merezca, si al Estado en su integridad. El Estado –España-, ha sido puesto en cuestión por unos golfos nazionalistas y ni el Ejecutivo, ni el Jefe del Estado, han sido capaces de dar la adecuada respuesta; a lo sumo, don Juan Carlos salió con “hablando se entiende la gente”. Majestad ¿hablando se puede convertir España en cuatro países -Cataluña, Vascongadas, Galicia y el resto- independientes? No, Señor; hablando no se debe permitir el desmembramiento de una unidad de más de quinientos años, por la que dieron la vida muchos españoles. Esa salida de pata de banco -“Hablando se entiende la gente”- puede dar que pensar al común de los españoles: si el Rey, como Jefe del Estado, no defiende la unidad de su reino, es un rey que no nos vale. Menos mal que el lunes vuelve “Águila Roja”. Que más le habría dado ser ¡AZUL!
Suponiendo que la transición española hubiera sido capaz de crear algún valor, que es mucho suponer, hace falta tener descaro para que ahora, después de treinta y ocho años de desatención a muchos sus deberes; en la curva descendente de su vida, venga a decir que se preocupa de forma activa por reactivar unos valores que, si alguno hubo, tiene que estar podrido y tan fuera de fecha como...
A Su Majestad don Juan Carlos le ocurre lo que a muchos jubilados; cundo están a punto de doblar la servilleta, se les ocurre las “mejores” ideas y claro, ya no les queda tiempo más que para dar una buena imagen en el “estuche de pino”. Hablar de “transparencia” cuando dos cuidadores de sus finanzas han visto de cerca la cara adusta de la justicia, no deja de ser un brindis al Sol en tarde nublada.
Después de tantos años de “ausencia”, querer envolverse en la bandera de moderador, cuando se ha dejado manejar al antojo de cualquier patán –en nuestra memoria esta el momento que el inútil de Zapatero, ante el difunto Chávez, le mandó callar- es para mear y no echar gota. El tiempo pasa y las ocasiones no vuelven. El rey don Juan Carlos tuvo en la mano ese papel de moderador –los cuarenta senadores por designación real- y lo cambió por las salidas “incógnitas”, el esquí en Baqueira Beret y el navegar mallorquín en los Bribones.
Yo tuve un tío, también se llamó Eloy, que un día salió de su casa a trabajar, como de costumbre y, sin avisar a su familia –mujer y dos hijas-, se marchó a Francia; allí, en el mismísimo París estuvo mucho tiempo sin acordarse de las personas a las que había abandonado, como se abandona a algo inservible; un clínex recién pasado por la nariz y, al cabo de los años, viejo, derrotado por el licor, enfermo de sífilis y sin una puta perra en el bolsillo, volvió a su casa, pretendiendo recuperar el respeto y el cariño de su familia. Si, fue admitido; su familia le dio comida, techo y ropa limpia pero, nada más.
Los españoles estábamos en costumbre de respetar, porque había a quien respetar. Nadie de los que vivimos aquellos cuarenta años, tuvimos motivos para creer que el Jefe del Estado tuviera la mala costumbre de beber como un cosaco, hasta el punto de romperse un hueso contra el suelo, ni que anduviera con toda clase de furcias. Cuarenta años de respeto solamente se consiguen con respeto mutuo. Los españoles de ahora, llevamos casi la misma cantidad de años sin ser respetados por quien tiene la obligación de respetarnos.
En un sistema de las características del que sufrimos, la jefatura del Estado debe respeto a las decisiones del Ejecutivo; pero, a su vez, el Ejecutivo debe respetar, si no a la figura humana del Jefe del Estado, porque este no lo merezca, si al Estado en su integridad. El Estado –España-, ha sido puesto en cuestión por unos golfos nazionalistas y ni el Ejecutivo, ni el Jefe del Estado, han sido capaces de dar la adecuada respuesta; a lo sumo, don Juan Carlos salió con “hablando se entiende la gente”. Majestad ¿hablando se puede convertir España en cuatro países -Cataluña, Vascongadas, Galicia y el resto- independientes? No, Señor; hablando no se debe permitir el desmembramiento de una unidad de más de quinientos años, por la que dieron la vida muchos españoles. Esa salida de pata de banco -“Hablando se entiende la gente”- puede dar que pensar al común de los españoles: si el Rey, como Jefe del Estado, no defiende la unidad de su reino, es un rey que no nos vale. Menos mal que el lunes vuelve “Águila Roja”. Que más le habría dado ser ¡AZUL!
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Ni siquiera el apoyo de mi camarada Marcos (criollo andaluz) desde Argentina fue suficiente para conseguir la machada de remontar al Borussia. Un abrazo.
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