Mi sincera enhorabuena para todos los católicos hispanos y particularmente para los argentinos y, más particularmente, para mis apreciados camaradas Rafael Estremera, en Madrid y Marcos que, en El Mar del Plata, habrán recibido la buena nueva con especial alegría.
Debe ser triste vivir sin creencias religiosas y sin grandes ideales o, lo que es peor; vivir impregnado de perversos ideales, teniendo el dinero y el sexo promiscuo como únicas deidades.
Debe ser triste vivir de tan lamentable manera, porque así se abdica de ser un ente maravilloso, cuasimagico, abierto a infinitas posibilidades, a cambio de pasar por ser un pedazo de carne vacío de sentimientos; un mal producto movido por instinto, más que por inteligencia, deambulando por la vida con la simpleza del asno. Hay individuos/as que al levantarse de la cama lo primero que hacen, antes de lavarse, y sin entretenerse en dar un beso a su cónyuge y a su prole, es encender el ordenador para enterarse, vía internet, del estado de sus valores en Bolsa. Lo único que les interesa es saberse más ricos.
Debe ser triste vivir desentendiéndose de las desgracias ajenas y, por puro egoísmo, teniendo en la mano la posibilidad de paliarlas, no seguir el Mandamiento Divino: amarás al prójimo como a ti mismo. Claro que viendo cómo algunos se quieren a sí mismos, seguro que los prójimos estarán mejor sin el amor de esas gentes. “¡No sé de qué se queja ese pez, si le he dado un robusto gusano para que pueda comer hoy!” “¡Cómo no ha de quejarse, pedazo bestia, si se lo has dado pinchado en un anzuelo!”. Ese corto diálogo me recuerda las declaraciones del dueño de Mercadona, Juan Roig o el donativo de Amancio Ortega. Y el caso es que no sé por qué.
La excelentísima alcaldesa de Madrid, doña Ana Botella dice, en unas declaraciones recogidas por la prensa, que torpedear la visita de los “turistas” del CIO es de irresponsables. Es cierto, doy fe de ello pero, admitiendo el comentario de nuestra alcaldesa, me viene a las teclas de mi ordenados la siguiente reflexión (no se la enviaré a doña Ana, por la sencilla razón de que para qué, no me va a contestar): se habrá parado a pensar la señora alcaldesa, qué adjetivo podríamos aplicar madrileños –con todo derecho- que calificara "adecuadamente" la contumaz y tozuda idea del anterior alcalde, el señor Ruiz Gallardón y de ella misma, para contra los elementos, traer a Madrid los Juegos Olímpicos, sin darles importancia a los gastos hechos, ni a los cuantiosos gastos que quedan por hacer. No les importa los monumentales gastos por la sencilla razón de que quien los paga, somos nosotros y ellos, en el caso de que lleguen los dichosos juegos, serán quienes se lleven los beneficios; si no económicos –que se los llevarán otros ¿ajenos? y no quienes los habremos pagado- si en prestigio. Doña Ana y don Alberto, entrando en la posteridad ¡Albricias! Y, colorín, colorado, a escupir a otro lado.
Ver lo que esta diariamente aconteciendo en el ruedo político, hace que me radicalice en la creencia de que la dignidad de la persona no es algo que se compre en un establecimiento especializado por cuartos, medios o enteros; tampoco es una dádiva de un ser superior, rey o jefe de Estado o un reconocimiento de los demás por vaya usted a saber por que, sino el cultivo diario del respeto a sí mismo; la asunción de la honestidad y la honradez como valores inquebrantables; el reconocimiento y admisión de la autoridad de quien esté preparado para bien administrarla, asumiendo la responsabilidad (familiar, laboral y confesional) que se alcance, aplicando la ética y la estética como marco vital. Y solamente se pierde la dignidad, cuando se negocia con ella, por un mal plato de lentejas, aunque lleve tocino, chorizo y morcilla. ¡Cuántos Esaú andan por ahí, con sus platos vacíos, buscando quien se lo llene de lentejas, aunque tengan bichos! ¿Verdad Pepiño? Claro que tú, ya llenaste tu plato en una gasolinera.
Debe ser triste vivir sin creencias religiosas y sin grandes ideales o, lo que es peor; vivir impregnado de perversos ideales, teniendo el dinero y el sexo promiscuo como únicas deidades.
Debe ser triste vivir de tan lamentable manera, porque así se abdica de ser un ente maravilloso, cuasimagico, abierto a infinitas posibilidades, a cambio de pasar por ser un pedazo de carne vacío de sentimientos; un mal producto movido por instinto, más que por inteligencia, deambulando por la vida con la simpleza del asno. Hay individuos/as que al levantarse de la cama lo primero que hacen, antes de lavarse, y sin entretenerse en dar un beso a su cónyuge y a su prole, es encender el ordenador para enterarse, vía internet, del estado de sus valores en Bolsa. Lo único que les interesa es saberse más ricos.
Debe ser triste vivir desentendiéndose de las desgracias ajenas y, por puro egoísmo, teniendo en la mano la posibilidad de paliarlas, no seguir el Mandamiento Divino: amarás al prójimo como a ti mismo. Claro que viendo cómo algunos se quieren a sí mismos, seguro que los prójimos estarán mejor sin el amor de esas gentes. “¡No sé de qué se queja ese pez, si le he dado un robusto gusano para que pueda comer hoy!” “¡Cómo no ha de quejarse, pedazo bestia, si se lo has dado pinchado en un anzuelo!”. Ese corto diálogo me recuerda las declaraciones del dueño de Mercadona, Juan Roig o el donativo de Amancio Ortega. Y el caso es que no sé por qué.
La excelentísima alcaldesa de Madrid, doña Ana Botella dice, en unas declaraciones recogidas por la prensa, que torpedear la visita de los “turistas” del CIO es de irresponsables. Es cierto, doy fe de ello pero, admitiendo el comentario de nuestra alcaldesa, me viene a las teclas de mi ordenados la siguiente reflexión (no se la enviaré a doña Ana, por la sencilla razón de que para qué, no me va a contestar): se habrá parado a pensar la señora alcaldesa, qué adjetivo podríamos aplicar madrileños –con todo derecho- que calificara "adecuadamente" la contumaz y tozuda idea del anterior alcalde, el señor Ruiz Gallardón y de ella misma, para contra los elementos, traer a Madrid los Juegos Olímpicos, sin darles importancia a los gastos hechos, ni a los cuantiosos gastos que quedan por hacer. No les importa los monumentales gastos por la sencilla razón de que quien los paga, somos nosotros y ellos, en el caso de que lleguen los dichosos juegos, serán quienes se lleven los beneficios; si no económicos –que se los llevarán otros ¿ajenos? y no quienes los habremos pagado- si en prestigio. Doña Ana y don Alberto, entrando en la posteridad ¡Albricias! Y, colorín, colorado, a escupir a otro lado.
Ver lo que esta diariamente aconteciendo en el ruedo político, hace que me radicalice en la creencia de que la dignidad de la persona no es algo que se compre en un establecimiento especializado por cuartos, medios o enteros; tampoco es una dádiva de un ser superior, rey o jefe de Estado o un reconocimiento de los demás por vaya usted a saber por que, sino el cultivo diario del respeto a sí mismo; la asunción de la honestidad y la honradez como valores inquebrantables; el reconocimiento y admisión de la autoridad de quien esté preparado para bien administrarla, asumiendo la responsabilidad (familiar, laboral y confesional) que se alcance, aplicando la ética y la estética como marco vital. Y solamente se pierde la dignidad, cuando se negocia con ella, por un mal plato de lentejas, aunque lleve tocino, chorizo y morcilla. ¡Cuántos Esaú andan por ahí, con sus platos vacíos, buscando quien se lo llene de lentejas, aunque tengan bichos! ¿Verdad Pepiño? Claro que tú, ya llenaste tu plato en una gasolinera.
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