La tristeza inunda todo mi ser; hoy, mi hijo menor, Jaime, se va a vivir fuera del hogar familiar. Ya, mayor de edad, hace varios años, nos deja a mi mujer, Julita, y a mi, solos en casa, como cuando nos casamos (menos jóvenes ¡Jamás viejos!), hasta que nacieron mis dos hijos. Hoy, he asomado la nariz por la ventana y, al mirar al exterior, no he visto nada, ni a nadie, que me llamara la atención en positivo; quizá haya sido el hueco dejado por mis dos hijos, lo que ha borrado cualquier aliciente que pudiera haber habido en al amplio panorama que se divisa desde la ventana de mi casa.
A esa tristeza, mayúscula, se ha unido la tristeza de haber confundido la fecha de las elecciones en Galicia y en las Vascongadas, el pasado domingo, día 21-O, con la inolvidable fecha del 29-O joseantoniano. Estos resbalones del cerebro, son la consecuencia lógica; el inexorable anuncio; el cruel recordatorio que el reloj del tiempo, con el dedo índice, me señala en el Calendario Zaragozano, las cifras del año en curso, para que me dé cuenta que ya hace unos cuantos años que cumplí los veinticinco.
Y, ya que hemos mencionado las recientes elecciones autonómicas, hagamos un pequeño comentario de ellas. Galicia, como de costumbre, se nos ha mostrado, al resto de los españoles, con toda su inteligencia. La sociedad gallega (siempre dentro de España), tiene derecho a protestar porque, a lo largo de muchísimos años, ha sido una de las cenicientas que si alguna vez se le ha tenido en cuenta, ha sido para olvidarla con la mayor celeridad. Franco, por su condición de gallego, porque nadie pudiera acusarle de parcialidad, con razón, no fue generoso con su tierra. Llegando la Democracia, si no hubiera sido por el indomable carácter emprendedor de los gallegos y gallegas; por su afán laborioso y su determinación en alcanzar su norte; su meta; su derecho a progresar, hoy, aquella hermosa tierra, se habría convertido en un terreno yermo, despoblado, raso y desabrigado. Tendrían, los gallegos, razones más que sobradas para protestar y, ¡claro que lo hacen! Pero como lo hacemos el resto de los españoles. Somos capaces de llamar cabrón a un hermano y, antes de que pase un minuto, darle, con todo cariño un abrazo que acabe rompiéndole varias costillas. Galicia, menos ese gili-grupúsculo nacionalista, no tiene duda de su españolidad.
No es el caso de Vascongadas. Vascongadas, junto a Cataluña, han sido las niñas bonitas de los gobiernos de los distintos regímenes que ha habido en España en los dos últimos siglos y en lo que llevamos de este. Pero, como cuando se malcría a un niño, dándole todos los caprichos, por extravagantes que sean, llega un momento en el que su apetito ya no es que se le compre el capricho, lo que quiere es que se le entregue la cartera, la cartilla del banco y el título de propiedad de la casa familiar. Lo quiere todo; incluso el coche, el perro, el canario y, además, te deja a la vieja abuelita. Todos los gobiernos, de los distintos regímenes, para tenerles alegres, no tuvieron empacho en hacerles toda clase de carantoñas. Pero que nadie se equivoque, no se les hicieron los arrumacos y carantoñas a los vascos y catalanes, que no lo necesitaban, sino a los politicastros, raza vil, que ahora, como ya lo tiene todo, quieren llevarse un trozo de tierra de esta España, que nos pertenece a todos los españoles. ¿Seremos capaces de consentirlo? De todos modos… malos vientos soplan Álava; Guipúzcoa; y Vizcaya. La serpiente está presta a inocular su veneno.
A esa tristeza, mayúscula, se ha unido la tristeza de haber confundido la fecha de las elecciones en Galicia y en las Vascongadas, el pasado domingo, día 21-O, con la inolvidable fecha del 29-O joseantoniano. Estos resbalones del cerebro, son la consecuencia lógica; el inexorable anuncio; el cruel recordatorio que el reloj del tiempo, con el dedo índice, me señala en el Calendario Zaragozano, las cifras del año en curso, para que me dé cuenta que ya hace unos cuantos años que cumplí los veinticinco.
Y, ya que hemos mencionado las recientes elecciones autonómicas, hagamos un pequeño comentario de ellas. Galicia, como de costumbre, se nos ha mostrado, al resto de los españoles, con toda su inteligencia. La sociedad gallega (siempre dentro de España), tiene derecho a protestar porque, a lo largo de muchísimos años, ha sido una de las cenicientas que si alguna vez se le ha tenido en cuenta, ha sido para olvidarla con la mayor celeridad. Franco, por su condición de gallego, porque nadie pudiera acusarle de parcialidad, con razón, no fue generoso con su tierra. Llegando la Democracia, si no hubiera sido por el indomable carácter emprendedor de los gallegos y gallegas; por su afán laborioso y su determinación en alcanzar su norte; su meta; su derecho a progresar, hoy, aquella hermosa tierra, se habría convertido en un terreno yermo, despoblado, raso y desabrigado. Tendrían, los gallegos, razones más que sobradas para protestar y, ¡claro que lo hacen! Pero como lo hacemos el resto de los españoles. Somos capaces de llamar cabrón a un hermano y, antes de que pase un minuto, darle, con todo cariño un abrazo que acabe rompiéndole varias costillas. Galicia, menos ese gili-grupúsculo nacionalista, no tiene duda de su españolidad.
No es el caso de Vascongadas. Vascongadas, junto a Cataluña, han sido las niñas bonitas de los gobiernos de los distintos regímenes que ha habido en España en los dos últimos siglos y en lo que llevamos de este. Pero, como cuando se malcría a un niño, dándole todos los caprichos, por extravagantes que sean, llega un momento en el que su apetito ya no es que se le compre el capricho, lo que quiere es que se le entregue la cartera, la cartilla del banco y el título de propiedad de la casa familiar. Lo quiere todo; incluso el coche, el perro, el canario y, además, te deja a la vieja abuelita. Todos los gobiernos, de los distintos regímenes, para tenerles alegres, no tuvieron empacho en hacerles toda clase de carantoñas. Pero que nadie se equivoque, no se les hicieron los arrumacos y carantoñas a los vascos y catalanes, que no lo necesitaban, sino a los politicastros, raza vil, que ahora, como ya lo tiene todo, quieren llevarse un trozo de tierra de esta España, que nos pertenece a todos los españoles. ¿Seremos capaces de consentirlo? De todos modos… malos vientos soplan Álava; Guipúzcoa; y Vizcaya. La serpiente está presta a inocular su veneno.
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