Y resulta, después de tanta desconfianza, que es cierto que en nuestra Patria existe la Jefatura del Estado. Si, y es lástima que la desgracia en su máximo grado, muertes, destrucción y ruina, haya sido quien nítidamente nos ha mostrado que, pisando el barro junto a su regia esposa, recibiendo insultos que no le correspondían, estaba el jefe de nuestro Estado en carne, hueso y un par de cojones, haciéndose con la responsabilidad ajena tras la cobardía de Pedro Sánchez, tembloroso (habría estado bien echarles un ojo a sus calzoncillos. Estos chulitos de barrio bajo el menor amague se giñan) en brazos de un par de prójimos, perdiendo el culo en su huida (¿se lo recogería Marlaska por el camino? Él siempre tan dispuesto).
Ahora sí; ahora, después de tantos intentos para entender la existencia de alguien como jefe de tan alto organismo (nos cuesta a los españoles más de ocho millones y medio de euros al año), la actuación sincera de doña Leticia y de don Felipe, reyes de España, se nos ha avivado la perdida esperanza. Ahora sí que todos, a la espera del “cachetazo final”, estamos enterados de que la jefatura del Estado no es el lujo de nuestra Política Nacional.
En Paiporta, el Rey don Felipe, con inteligencia y valor supo -no fue una casualidad-, cuál era su obligación, eso que la sucia política no le permite utilizar, y así, según su entendimiento y conciencia actuó consiguiendo en la medida que esos trágicos momentos permitían, dar consuelo y confianza a aquellas personas en tan desesperante situación.
La moraleja es que, la mierda (esta casta política trufada de salteadores de camino, de tratantes y tratantas -estas las que más han triunfado- del polvo por cargos, de cocainómanos, de trileros, de terroristas sanguinarios, de apátridas y de muchos más etcéteras) es mierda, aunque de entre ella, no de ella, brote una inesperada flor.
Que nadie se engañe, yo no soy monárquico. Tampoco soy músico, pero me emociona Frédéric Chopin.
Eloy R. Mirayo.
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