El pasado domingo en Leganés, en su campo de fútbol, se jugó el partido entre el Leganés y el Real Madrid y en el momento que le hicieron un penalti no pitado, por falta sobre Vinicius, un aficionado, dirigiéndose al arbitro grito a todo pulmón “¿no has visto el penalti hijo de puta?” Ese insulto me pareció fatal. Yo siempre he pensado que usarlos en momentos semejantes, retratan muy negativamente a quienes lo practican. Pero lo que me dejó perplejo fue que otro espectador se volvió con cara de malos amigos y le reprendió al insultador: No nombre aquí al presidente del gobierno, que seguramente estará viajando hacia la República Dominicana en su Falcon particular para “tomar el pulso” a los bancos de aquel país. En cuanto a eso de que es penalti la patada en la pierna de Vinicius, es puro fango, otro de los bulos, ¡que no hubiera puesto la pierna!
El adjetivo insultante de “hijo de puta” es un epíteto muy popular que últimamente, cuestión de unos seis años, va quedando muy determinado de manera general por todo el territorio patrio, al menos es lo que parece, por lo que repetitivamente vemos y escuchamos a diario, cortesía de todas las televisiones y emisoras de radio, como seña que identifica, sin peligro de errar, a cierto individuo sin necesidad de enseñar foto, dar nombre y apellidos o decir cuál es su gubernativo empleo.
¿Gilipollas? No es más que un “taco” sin gravedad, la mayoría de las veces dedicado a cualquiera sin ánimo de empezar una pelea; es una palabra que, sobre todo en Madrid, intenta hacer ver que aquel a quien se le lanza es simplemente un tontorrón. Claro que la cosa cambia si le pones énfasis. ¿Cabrón? Esta palabrota… si, quizás si se acerque a señalar ahora, no a persona individual, que también, sino a grupos muy concretos, que tampoco es muy necesario nombrar con nombres y apellidos: las mascarillas, los separatistas y terroristas en el Congreso, los indultos a políticos corruptos y amnistías a golpistas.
¡Que cabrones! ¿identificados? A que sí.
Eloy R. Mirayo.
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