Cuando paso de una a otra de nuestras bellas capitales, lo único que mitiga mi pena es saber que, en dos pasos, voy a pasar a disfrutar de todo lo que me va a ofrecer otra nueva bella. Hoy es Málaga.
Esta ciudad es una de las más luminosas de España y así, como se ve en la foto, está de integrada en nuestra querida "Fiesta Nacional".
Han sido muchas las veces que he tenido la suerte de visitarla y casi siempre en la Semana Santa; presenciando el paso de las procesiones una de las veces, y escuchando a los legionarios su hermosa canción El Novio de la Muerte. Fue muy emocionante).
Una vez en Málaga, estaría feo no visitar su espléndida Catedral para rezar un Padrenuestro y tres Avemarías que, lejos de perjudicar la salud, predispone a pasar una estancia más feliz.
Luego ¡a caminar! Buscando al antojo todo cuanto la buena anfitriona ofrece a sus invitados: la Alcazaba; un bello recuerdo del paso de los árabes; el Gibralfaro un lugar en "to lalto" desde donde ver a ojo de águila toda la ciudad; que nadie se vaya sin entrar en el Museo Picasso; sabido es que el territorio español está sembrados de circos y teatros romanos; es igual, este teatro romano, también merece la pena verse; para buscar contraste en la pintura, no se debe dejar de visitar el Museo Carmen Thyssen. Hay otros muchos lugares importantes pero eso, que lo busquen como hago yo.
La gastronomía malagueña. Es muy agradable comenzar con una tapa de conchas finas y una copa de buen vino; después yo tomaría un Ajo blanco que se compone de almendras, ajo, pan y aceite y está delicioso; de segundo plato, si la caminata ha sido larga, un "plato de los montes" que en la zona se le conoce como "huevos a lo bestia", con huevos, pimientos, manteca, chorizo, morcilla, migas y un larguísimo etc., de lo que a uno se le pueda ocurrir. Después un café y, a dormir la siesta.
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La envidia puede ser tan dañina que, a muchos, les llega a dominar de tal manera que donde se encuentren, estén con quienes estén, y hablen de que, o de quién hablen, la envidia les señala de malas personas, incapaces de mostrar ecuanimidad.
Sobre las misma cosa, existen infinidad de opiniones que, aún siendo divergentes entre sí, son perfectamente aceptables, aunque no se compartan, al estar expresadas sin la mala baba de la envidia.
Al envidioso ni siquiera le satisfacen las cosas que tiene, ni las que a través de sorteos, gustos o aficiones le puedan llegar, siempre habrá un premio por sorteo, algo o alguien que le hará rabiar de envidia.
El Fútbol es simple entretenimiento al que -sin sentido alguno- se le ha ido envolviendo con una corteza de "trascendencia" emotiva que, en casos extremos puede llegar, y de hecho llega, a ponerse por delante de los sentimientos afectivos familiares más importantes. Y en el Fútbol también prendió la envidia. El pasado martes el Real Madrid eliminó al Bayer Múnich, nominándose como finalista de la Champions League; cosa que ha disparado la "Envidia Nacional". Lo que por ser recurrente, no debería ser fomento de envidia por encima de lo normal, pero no es así.
La prueba más notoria de la maldad del envidioso la dio gratuita por la tele Jorge D´Alessandro, en el programa deportivo "El Chiringuito de los Jugones", que dirige el periodista don José Pedrerol. Al señor D´Alessandro, individuo extrañamente valorado por el programa, al colmo de tratarle de "maestro", la envidia que sufre hacia el Real Madrid le hace aparecer su natural egolatría, soberbia, despotismo, y también faltón.
Lo extraño es que en su actuación del pasado martes no tuviera quien le diera respuesta; ni siquiera Tomas Roncero, que recibió el insulto en primera persona, que el tal D´Alessandro, hizo extensivo al Real Madrid, a sus aficionados y lo que es más grave, a España.
El tal D´Alessandro, un segundón portero de fútbol y segundón entrenador -su mayor triunfo fue cooperar a que el Atlético de Madrid bajara a segunda división, en su curriculum hay más bajadas de categoría que subidas- sacó la historieta de alguien, en los primeros años de nuestra pos-guerra, llamado "saborador" que, con un hueso de jamón iba por los barrios pobres, alquilando el hueso para que el caldo que se hacía tuviera algo de sabor. En ese contesto de insulto mostró su falta de respeto y su sobra de envidia. A mí no me engaña nadie, yo viví esos tiempos y no creí el "cuento del hueso de jamón". Para eso hay que ser imbécil; el señor D´Alessandro si se lo creyó, porque lo leyó en un libro. A ver si fue en el papel higiénico.
Eloy R. Mirayo.
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