La ciudad de Castellón de la Plana, es al norte de la comunidad, una de las tres provincias del antiguo reino de Valencia, cosa que conocemos todos. Los que lo conocemos (perdón por la broma).
Creo que los que ya hemos tenido la suerte de disfrutarla, nos cuesta trabajo creer -pero así es- que la menos turística de las tres, cuando lo cierto es que -según mi apreciación- es la que mejor clima tiene.
Nunca me ha hecho gracia usar los mapas turísticos que existen para visitar los lugares más interesantes de la ciudad donde se esté; esa responsabilidad siempre se la entrego a las suelas de mis zapatos; ellos jamás me han fallado, llevándome a todas partes, a su entender.
¿Hay que ver? Claro que se debe disfrutar de todo lo mucho que una ciudad mediterránea como Castellón de la Plana es capaz de ofrecer. Pero gozando de la sorpresa, y no por haberlas encontrado, como Sherlock Holmes, con la lupa en la mano.
Sitios que disfrutar en esta ciudad:
Parques de Rafalafena y Ribalta; plazas de la Independencia, Mayor, Santa Clara, la de María Agustina, y de La Paz; la Basílica de la Mare de Déu de Lledó; el edificio de Correos.
Todas las ciudades españolas son tan especiales que deben ser miradas, paseadas, comidas, bebidas y después, puestas en el mejor rincón de nuestros corazones, dando gracias a Dios por habérnoslas puesto tan a mano.
Hoy, aprovechando la bondad climatológica, después del baño, intentaré pillar una buena Paella,
aunque será difícil que sea mejor, o al menos igual que la última que comí aquí, en un Chiringuito de la playa.
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Entre la enfermedad y las celebraciones, últimamente se me están llevando el escaso tiempo que tengo para escribir -hoy el 53 aniversario de mi boda- pero, al menos haré intención en decir algo, con la intención de que merezca la pena.
53 años de casado; mi mujer Julia, y mis hijos, Rufino y Jaime. Me siento un privilegiado. Cada día al despertarme, sabiendo lo que se mueve y como se mueven últimamente las personas, insisto: soy un auténtico privilegiado.
No soy especialmente inteligente; no soy especialmente un virtuoso de mi profesión;
no tengo nada especial hecho en mi vida; absolutamente nada, por lo que mereciera haber sido premiado, por nadie. Pero aún así, me siento beneficiado con el Primer Premio (máxima categoría), cuando entramos a trabajar (Julita y yo, solo ayudamos, señor Montoro) cada mañana en nuestro pequeño negocio.
Esa circunstancia, mi absoluta vulgaridad me empuja a pensar, no en lo que yo haya podido atinar, sino en lo que muchos millones de personas han llegado a fallar. Lo que me desconcierta.
Nadie tiene la receta con la que se llega a cocinar el ungüento que crea la felicidad ¡quién la pillara! Por lo que es inútil perseguirla, como parece ser la moda, buscándola en el tangas de otras mujeres o en el slip de otros hombres.
Tampoco se logra alcanzar esa inexistente receta por contar diariamente, las 24 horas, miles de euros de todos los tamaños y colores.
La receta es inexistente, pero yo ¡soy muy feliz! Ya, ni siquiera me afecta la política. Muy feliz; no sé si mi corazón aguantaría más felicidad.
Eloy R. Mirayo.
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