Desde Murcia, con el sabor de los Michirones aún en la boca llego a Almería, una de las ocho provincias andaluzas.
El recuerdo que me viene de mi primera visita a esta ciudad es, en primer lugar, el que estuvo en un tris, de haberme, junto a mi mujer y mis padres, despeñado por un inesperado resbalón del coche, después de haber caído un fuerte chaparrón sobre la carretera. Nuestra estancia en la ciudad fue tan satisfactorio, que aún la tengo en la memoria como un gran regalo.
¿Que es lo que esta bella ciudad le propone al visitante? Tranquilidad, y todo lo que cualquier ser humano normal puede desear para satisfacer el cuerpo y el espíritu.
Yo, lo primero que me predispongo, es íntegramente como un nativo más que, sin otra cosa que hacer, pasea por la ciudad. Si es por la mañana temprano busco un bar o cafetería donde desayunar y después, declino -como ya he dejado dicho- la responsabilidad en los zapatos que lleve puestos. Ellos, con instinto anárquico, jamás me han defraudado, llevándome a todos los sitios que disfrutándolos, amplían mi escasa cultura.
Son muchísimos los lugares que se deben visitar: La alcazaba; el Museo de Almería; el Mercado Central, aunque sea poco romántico, es una visita de cierto interés; por supuesto la visita a la Catedral, de estilo Gótico. No es de las más bonitas de España, pero es igual que todas en importancia. A mí nadie me podría impedir la visita al Museo de la Guitarra, aunque después siempre queda la pena de que, por motivos obvios, no pueda llevarme la mejor.
La gastronomía almeriense es muy variada: sopa almeriense, que es una típica sopa marinera hecha con rape, gambas, almejas, guisantes, zanahoria y una mayonesa diluida en el caldo. De segundo plato pedí Gurullo con conejo, son unos garullos hechos con harina de trigo, conejo, aceite, sal y, naturalmente, agua. De postre tomé Talbina, un postre hecho con leche, azúcar, matalahúva y harina. Claro que se pueden comer otras riquísimas viandas.
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Julita (mi mujer) y yo como "traidor", vamos todos los sábados a hacer la compra a un supermercado y jamás, ni a ella ni a mi, se nos ha ocurrido intentar llevarnos nada por la cara. Nuestros principios y nuestra conciencia no lo permitirían. El respeto a los bienes ajenos, es algo que tanto Julita como mis hijos y yo, lo llevamos de manera muy estricta en nuestro negocio y en nuestro comportamiento ordinario.
Esa falta tan instalada en España por este sistema y por sus representantes, es una de las muchas cosas que más me joden.
No caben valoraciones sobre la gravedad o la dimensión de lo robado, si no de la apestosa acción de sustraer lo que es ajeno. Siempre para beneficiarse de ello. No esperan a que alguien que está defecando termine, para quitarle el "fruto del ano", si no algo -los pantalones, por poner un ejemplo- que el defecante se hubiera quitado por comodidad.
Un ladrón -palabra a la que la Justicia debería devolver su gravedad- es un individuo antisocial, que debería perder la consideración de las personas decentes (un amigo me decía -para dejar las cosas claras- que la decencia se debe medir de la barbilla hasta el inicio de los cabellos).
Este sistema nos está demostrando que funciona como uno de esos alambiques que circulan por algunos lugares de Galicia. Estos, destilan un orujo de tres pares de cojones, mientras que lo que destila esta Democaca son todas las formas y maneras de robar todo aquello, cuanto más mejor, que pudiera apetecer.
El otro día dije que es como si las personas que llegan a ser políticos, tuvieran todos ellos un cromosoma más, diferente y dislocado, de los 46 que debe tener cualquier ser humano,
que les especializan en eso, "llevarse todo lo que les viene en gana", sin aceptar las mínimas normas de respeto a los bienes ajenos (y tenemos la obligación de decir que creemos que, aunque no lo parezca, también hay personas decentes, incapaces de robar, entre el elenco político del país).
Se roba a través de los "fondos Reservados"; se roba echando mano a los dineros que vienen de la Comunidad Europea; se roba con EREs fraudulentos; se roba a través de concesiones de obras Públicas; se roba creando o exagerando subvenciones; se roba en un larguísimo etc,. Y lo nunca visto; se roba en una perfumería y, como ha confesado un concejal, se roban hojas de afeitar y otras chuminadas en algún supermercado.
Malos ejemplos difíciles de obviar por la niñez y la juventud.
Eloy R. Mirayo.
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