La dimisión del ministro de Justicia, don Alberto Ruiz Gallardón, si es que por fin la presenta, pues en esas está desde que el Mundo es Mundo, llega muy tarde.
Pero eso sería así: dimisión ipso facto, si la dignidad política (que es lo que interesa) fuera una de sus pocas virtudes, se lo hubiera dictado al día siguiente de que se le concedió el indulto al "kamikaze" que en la Autovía AP-7, mató a otro automovilista, un joven de 25 años, indulto que se solicitó desde un bufete de abogados donde un hijo del ministro trabajaba, quizás lo siga haciendo; aunque él, no hubiera intervenido directamente en aquel cambalache, aunque no fuera más que por simple asepsia política, debió presentar irrevocablemente su dimisión.
Loreto Dolz, hermana de la víctima del kamikaze, en la cabecera de una manifestación contra el indulto en Valencia hace un año.
"Por sus obras los conoceréis," que dijo Jesús ¡Con él, llegó el escándalo! es la expresión que dicen que suena por los pasillos y despachos del "Templo de la Justicia" en la Plaza de las Salesas.
Las obras del señor Gallardón al frente de la Justicia española han sido conflictivas desde el mismísimo instante en que posó sus posaderas, valga la redundancia, en el sillón ministerial. Ninguno de los distintos estamentos de la justicia, incluyendo al personal subalterno, están de acuerdo con las decisiones que dice haber tomado para reformar el funcionamiento intestinal de la Justicia, y de sus órganos administrativos, a pesar que la mayoría han quedado en puntos suspensivos. Ha conseguido que ni justicieros ni justiciables estén contentos en sus asuntos judiciales. Pero, rizando el rizo, ni siquiera entre sus conmilitones tiene ganado el partido.
Malo es hacer mal las cosas; pero mucho peor (¿verdad, Rafael Estremera?) es no hacer nada que, al fin y al cabo, es a lo que el señor ministro da la sensación que se ha estado dedicando durante todo los días que lleva ¿funcionando? esta legislatura.
Mucho ha bajado su cotización con el cambio (le ha pasado como a la mayoría de españoles, que también nos jodió el cambio). Su aura púrpura se ha tornado en simple enjambre de moscones que, como lo hacen en torno a una buena mierda, dan vueltas a su alrededor. ¡Qué cambio le dio la tortilla! de ser el delfín de Rajoy, ha quedado en un insignificante chanquete!.
Esta clase de políticos que no se conforman nuca con lo alcanzado y siempre ambicionan más, deberían recordar la fábula de Barbo, mi querido barbo. De manera especial, el final.
Así es el final de los chanquetes que aspiran a más de lo que son.
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