No existe en el mundo una especie más imbécil que el imbécil ilustrado. Este axioma que muy pocos conocemos -la imbecilidad está muy extendida, aunque resulte desconocida para sus portadores- a poco que prestemos atención a las cosas que dicen algunos/as en las tertulias televisivas; escuchemos las emisoras de radio o leamos los periódicos, podemos comprobar su existencia.
Hoy, por poner un ejemplo reciente, en las “Mañanas de la Uno” alguien -no desvelaré el nombre-, me ha hecho el favor, con su imbecilidad ilustrada, de hacer una buena exposición de sus “méritos”, al decir que lo mejor que tenemos, refiriéndose a la sociedad en su totalidad, son los jóvenes, al hilo de lo que se trataba en ese momento: el asunto de las becas universitarias. Una persona, solamente ilustrada sebe perfectamente que en una sociedad -la española en este caso-, no existe nadie mejor ni más importante porque, absolutamente todos, formamos un todo imprescindible. La aseveración del teletertuliano (es genérico) es una imbecilidad igual que si se dijera que la manzana es lo más importante del manzano, despreciando las raíces que busca los nutrientes en la tierra; el tronco que soporta el frio del invierno; y las ramas en donde nacen y de quien se alimenta la manzana, hasta llegar a su madurez. Después, la manzana, seguirá el proceso de perpetuar la especie, entregando la simiente.
No es una revelación decir que los jóvenes, no estos que tenemos a mano, sino todos los jóvenes, desde que alguien pasó su experiencia a su discípulo y, de una manera absoluta, desde que se imprimió y divulgó la ciencia, siempre empiezan a subir la escalera del conocimiento, desde el peldaño en que les pone las anteriores generaciones. Así es en lo que se circunscribe al movimiento intelectual; al muy importante movimiento académico de la sociedad. Pero son igual de importantes los trabajos artesanales, donde los jóvenes también empiezan desde el peldaño donde les sitúa las anteriores generaciones; e igualmente ocurre con los jóvenes que llegan a todos esos servicios que, a pesar de también ser importantes, no valoramos, hasta el momento en que se nos hacen imprescindibles, sin ir muy lejos a buscar el ejemplo, los empleados de las Pompas Fúnebres.
La juventud, desde el nacimiento a la total mayoría de edad (adulto/a con responsabilidades), es, como el jarrón de Biscuit de la abuela; hay que cuidarlo con el mayor esmero, aunque no produzca ningún beneficio, sino el estético, y no en todos los casos (¡anda que hay cada caso!). La juventud, que es solamente un proyecto incierto, adquiere valor cuando empieza a dejar de serlo, y el proyecto se realiza, sin que importe la tasación que los imbéciles ilustrados hayan hecho de la realización: ingeniero, o barrendero. Somos imprescindibles todos, hasta el más viejo, aunque nada más sea en su rol de consumidor. Pocos le agradecen haber contribuido con su trabajo durante sus muchos años de vida laboral.
Es importante el ingeniero que ha creado la torre de extracción de petróleo que trabaja en el Mar del Norte ¿Y los buzos que cuidan de la parte que está sumergida? Es importante el arquitecto que idea y planifica un edificio ¿y el albañil que pasa frio en invierno, a la intemperie, colocando ladillos con sus manos ateridas? Son importantes el médico, el cura y el enterrador; pero más importante es el difunto y, para ser difunto, no se necesitan estudios.
Hoy, por poner un ejemplo reciente, en las “Mañanas de la Uno” alguien -no desvelaré el nombre-, me ha hecho el favor, con su imbecilidad ilustrada, de hacer una buena exposición de sus “méritos”, al decir que lo mejor que tenemos, refiriéndose a la sociedad en su totalidad, son los jóvenes, al hilo de lo que se trataba en ese momento: el asunto de las becas universitarias. Una persona, solamente ilustrada sebe perfectamente que en una sociedad -la española en este caso-, no existe nadie mejor ni más importante porque, absolutamente todos, formamos un todo imprescindible. La aseveración del teletertuliano (es genérico) es una imbecilidad igual que si se dijera que la manzana es lo más importante del manzano, despreciando las raíces que busca los nutrientes en la tierra; el tronco que soporta el frio del invierno; y las ramas en donde nacen y de quien se alimenta la manzana, hasta llegar a su madurez. Después, la manzana, seguirá el proceso de perpetuar la especie, entregando la simiente.
No es una revelación decir que los jóvenes, no estos que tenemos a mano, sino todos los jóvenes, desde que alguien pasó su experiencia a su discípulo y, de una manera absoluta, desde que se imprimió y divulgó la ciencia, siempre empiezan a subir la escalera del conocimiento, desde el peldaño en que les pone las anteriores generaciones. Así es en lo que se circunscribe al movimiento intelectual; al muy importante movimiento académico de la sociedad. Pero son igual de importantes los trabajos artesanales, donde los jóvenes también empiezan desde el peldaño donde les sitúa las anteriores generaciones; e igualmente ocurre con los jóvenes que llegan a todos esos servicios que, a pesar de también ser importantes, no valoramos, hasta el momento en que se nos hacen imprescindibles, sin ir muy lejos a buscar el ejemplo, los empleados de las Pompas Fúnebres.
La juventud, desde el nacimiento a la total mayoría de edad (adulto/a con responsabilidades), es, como el jarrón de Biscuit de la abuela; hay que cuidarlo con el mayor esmero, aunque no produzca ningún beneficio, sino el estético, y no en todos los casos (¡anda que hay cada caso!). La juventud, que es solamente un proyecto incierto, adquiere valor cuando empieza a dejar de serlo, y el proyecto se realiza, sin que importe la tasación que los imbéciles ilustrados hayan hecho de la realización: ingeniero, o barrendero. Somos imprescindibles todos, hasta el más viejo, aunque nada más sea en su rol de consumidor. Pocos le agradecen haber contribuido con su trabajo durante sus muchos años de vida laboral.
Es importante el ingeniero que ha creado la torre de extracción de petróleo que trabaja en el Mar del Norte ¿Y los buzos que cuidan de la parte que está sumergida? Es importante el arquitecto que idea y planifica un edificio ¿y el albañil que pasa frio en invierno, a la intemperie, colocando ladillos con sus manos ateridas? Son importantes el médico, el cura y el enterrador; pero más importante es el difunto y, para ser difunto, no se necesitan estudios.
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