Ahora que los
acojonadores parece ser que tienen dormida la preocupación por el alza de la
temperatura en el subsuelo de la Tierra; ahora que se ha perdido el eco
sobrecogedor de los desgajes del hielo del Polo Norte; ahora que ya ha pasado
el temor de la llegada del día del fin del Mundo; ahora que por fin los
periodistas deportivos, junto a la bajada de pantalones de Florentino Pérez han
conseguido alejar a Mouriño; ahora que parecía haberse esfumado el deseo y la
preocupación de los animalistas por encontrar el eslabón perdido; ahora que ya
nadie vindica su parentesco con los grandes monos, llega Iker Jiménez y desde
la SER (Sociedad de Estercoleros Reunidos) y Telecinco, cuenta que, no sé en
dónde ni cuándo, ha aparecido un mono capaz de articular unas pocas palabras.
¡Pues vaya descubrimiento!
Respetado Iker Jiménez; muy señor suyo y de su señora: yo sé
que usted es una persona estudiosa, muy preocupada por aclarar todas esas cosas
aparentemente inexplicables –ovnis, extraterrestres, apariciones
fantasmagóricas, hechos diabólicos y un buen montón de cosas más-; por ese
motivo, me ha parecido raro que usted se haya mostrado tan sorprendido por algo
que es tan obvio. Verá; si de vez en cuando descansara de lo suyo y bajara a lo
terrenal; si hubiera puesto un poco de atención a la realidad que le rodea, en
vez de hacerlo exclusivamente a lo esotérico, es seguro que habría reparado en
que, no es un solo mono que es capaz de decir dos o tres palabrejas sencillas,
sino una “pechá” de monos/as, vestidos/as con trajes de Emidio Tuchi y
Vitorio&Lucchino; calzados con zapatos Louis Vuitton y Martinelli; capaces
de hablar hasta aburrir al personal, en campañas electorales, y hasta vencer en
ellas.
Si, Don Iker; esos grandes -y no tan grandes- monos
parlantes, hace más de tres décadas que han sentado sus reales entre nosotros.
Como ya he dicho antes, viven entre nosotros y están totalmente integrados, ya
a nadie nos resulta raro mezclarnos con ellos en la barra de un Bar Americano,
en un estadio de fútbol o en el patio de butacas del Liceo. Una vez que bajaron
de los árboles y probaron el solomillo de ternera de Ávila, el caviar iraní,
los mariscos de Galicia -¡ay las gambas blancas de Huelva, los langostinos de
Sanlúcar de Barrameda y las angulas de Aguinaga!-; el champan Moët Chandon, el
coñac Cardenal Mendoza y el whisky Dalmore Ip.g ; que notaron que desplazarse
en coche oficial es más cómodo y rápido que hacerlo en liana o de rama en rama,
expuestos a darse un morrazo; que se duerme mejor sobre un Picolín que sobre la
gruesa y rugosa rama de una acacia, que además tiene pinchos; que bañarse en
una bañera con Jacuzzi, es mucho mejor que hacerlo en una charca de agua sucia
y fangosa y plagada de parásitos; que una vez bañados/as, desinsectados/as y
perfumados/as resultan más agradables las relaciones sexuales; y más, si se
llevan a la práctica sobre una superficie blanda y no oliendo a chotuno y sobre
el duro suelo, han sido capaces de hacer cualquier cosa, antes que volver a la
selva y a sus incomodidades.
Un día, sin que mediara ningún motivo que lo justificara,
empecé a recortar fotografías de gente conocida que salía en los periódicos y
revistas. De entre las miles y miles de fotos que recopilé, a lo largo de cuatro
o cinco años, fui, sin premeditación ni alevosía, de manera totalmente
mecánica, separando primero las mujeres de los hombres y las niñas de los
niños. De los cuatro grupos fui separando blancos de negros; gordos de
delgados; rubios de morenos; altos de bajos, y a ellas también. De esos ocho
grupos, de manera totalmente subjetiva, fui separando los que me parecían feos
de los que creía que podían ser guapos -de eso entiendo poco-. Los guapos no me
dijeron nada y las guapas tampoco -lo que no me dolió, por no haberme hecho
ilusiones-, así que como no vi utilidad en ellos, los tiré a la papelera. Ese
mismo camino siguió resto de las fotos, meno unas pocas que después de todo el
trabajo de selección, y sin llegar a descubrir el motivo de tanta dedicación,
tenía desplegadas sobre la mesa. Al volver a repasar las fotos que quedaban,
descubrí que había entre ellas, no sé por qué, una foto en blanco y negro de la
muy famosa mona “Chita”. La puse en el centro de la mesa de mi estudio y,
alrededor, en forma de orla fui colocando a María Teresa de la Vega, a
Cristóbal Montoro, a Alfredo Pérez Rubalcaba, a Cándido Méndez, a Carmen
Chacón, a Belén Esteban, a Alfonso Guerra, al difunto Hugo Chávez, a Cristina
Almeida, Jorge Pujol, padre e hijo, a Oriolito Pujol, Emilio Botín, a Leire
Pajín…
¿Es posible que hubiera en España alguien, además de Iker
Jiménez, que tuviera dudas de la existencia de monos parlantes?
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