martes, 8 de enero de 2013

QUIETOS Y EN SILENCIO.

Solamente desde el reconocimiento de las propias limitaciones, se puede intentar superarlas (E.R.M)

A ese juego he jugado durante toda mi vida transcurrida y, si Dios no decide lo contrario, seguiré jugando a mejorar, hasta que Él decida otra cosa. Como profesional; como marido y padre; como ser humano hacia los demás; y, finalmente, seguiré jugando a mejorar intelectualmente que es, precisamente, en lo que menos esperanzas tengo de ganar. No importa, seguiré jugando porque, como dijo el Barón de Coubertein, lo importante es participar y “a más a más” que diría un catalán, si me encuentro ayudado por mi buen camarada Rafael Estremera. A Rafael (para mi, Rafa) le debo el haber experimentado una de las mayores satisfacciones que he disfrutado, y sigo disfrutando, desde que tengo uso de razón: escribir para los demás. Él es el único culpable de que yo haya caído en ese vicio tan satisfactorio que, lastimosamente, para ser perfecto, solo le falta emitir y recibir imágenes. Quizá no os podéis imaginar lo que me gustaría conoceros; ver vuestras caras; oír vuestras voces; escuchar vuestras opiniones… tal vez ya lo he contado pero, como el abuelo Cebolleta a sus nietos, no me resisto a volver a contarlo:

Hace algunos años, siendo a la sazón subjefe de distrito, en Fuerza Nueva, Rafael Estremera me propuso escribir un artículo para la revista (Cruz de los Caídos) que él dirigía; le expuse mis limitaciones y falta de preparación intelectual, para justificar mi negativa. De nada me sirvió; él es más terco que yo. Escribí un ¿articulo? –o lo que fuera- que mejoró al pasar por sus manos y, desde ese día, hasta hoy, y en adelante, experimenté lo que es tener un CAMARADA. Si entre vosotros hay alguien que no sabe calibrar tan hermosa palabra (le aconsejo que repase las Obras Completas de José Antonio), eso es porque no habéis tenido la suerte de conocer a una persona como mi camarada Rafa. Él, me ha enseñado a escribir y, si no lo hago suficientemente bien, no es por culpa del maestro, sino del discípulo.

Estamos viviendo tiempos difíciles; malos vientos se están llevando lo mejor del ser humano; a nadie le interesa ni le importa el sufrimiento del prójimo, ni siquiera el más próximo. La humanidad entera asiste sin inmutarse al más grande y contumaz, a la par de cobarde, de los genocidios: el aborto. Los gobiernos del “Mundo Civilizado”, saltándose a la torera sus propias leyes recogidas en sus constituciones, crean disposiciones que la contradicen, intentando dar un baño de legalidad a lo que es simplemente un homicidio; un asesinato, el más canallesco, al ser cometido contra un ser sin posibilidad de defenderse.

Estamos viviendo tiempos difíciles; malos vientos se nos están llevando los buenos sentimientos o, al menos, los están llevando al lugar más recóndito de nuestro corazón o de nuestro cerebro. Desde hace unos cuantos meses sabíamos que a los funcionarios les iban a quitar la paga extraordinaria de diciembre y, como a los demás no nos afectaba, nos quedamos quietos y en silencio; también sabíamos que a los jubilados no les han compensado en euros el alza del coste de vida y, como a nosotros no nos afectaba, nos hemos quedado quietos y en silencio; los trabajadores de la sanidad se declararon en huelga salvaje, desatendiendo sus obligaciones, atención a los enfermos, incluso a quienes deberían ser intervenidos quirúrgicamente y, como a nosotros, que estamos sanos, no nos afectaba, nos quedamos quietos y en silencio; cada día nos enteramos por los medios de que algún político ha metido la mano en el cajón pero como, aunque debería, a nosotros no nos afecta, nos quedamos quietos y en silencio; a nuestro lado pasan todos los días, multitud de personas que están en el paro; durante estas entrañables fiestas navideñas, en nuestras ciudades, muchas familias que Caritas no ha podido llegar a socorrer, se han quedado sin siquiera un mendrugo que llevarse a la boca pero, como a nosotros no nos afecta, nos quedamos quietos y en silencio.

Estamos cometiendo el error de creer que las cosas que les pasan a los demás, no nos afectan. “Yo, que nací hace… no voy ha ser abortado”. Ahora es el aborto lo que esta generalizado, después vendrá la eutanasia, aplicada a los viejos y enfermos incurables. “Yo no soy funcionario; mi paga la recibo entera”; pero en lo que fueran a emplear su paga los funcionarios sirve, como el gasto de cualquier persona, para que sigan funcionando fabricas y comercios, y para pagar los sueldos de los trabajadores a su cargo. Somos como las fichas del Dominó puestas en hilera, cuando cae la primera, terminan cayendo todas las demás. ¿Seguiremos permitiendo con nuestra quietud y silencio que todo eso ocurra? ¿El valor está tan obsoleto que ya ni siquiera es reconocible? ¡Oh, solidaridad!

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