"Lo principal es la salud". Así; con veinte míseras palabras todos intentamos esconder el acumulado cabreo; el mal toqueteo testicular que nos produce el día 22 de diciembre, después de que, como viene ocurriendo todos los años, comprobamos que el numero que llevamos, y los que con familiares y amigos hemos intercambiado, no han sido agraciados ni siquiera con la Pedrea.
Encima, a los pocos días ocurre que cuando enero se pone jodidamente cuesta arriba, empezamos a recordar que también, como en todos los años anteriores ocurre, "no hay anisete sin euretes". Lo que viene siendo igual a que no es posible conservar la salud si en nuestros bolsillos no hay, al menos, el dinero suficiente para ello.
Esta tontuna que se me ha ocurrido en estos momentos de deslucida obnubilación en el que me encuentro sumido, por el mayúsculo disgusto, convertido en entristecimiento barriguero acompañado de una tremenda y estresante zozobra -hasta los gases me salen por la popa desconocidamente tristes, sosos y con sordina; sin esa alegría que normalmente se les nota cuando salen pimpantes; cantarines; o tartamudeantes: racatrá catra racatrá... pichsss ¡purrum pummm!- que me ha producido la inesperada dimisión de Salvador Illa (¿dónde irá a parar nuestra sacudida salud ahora que se ha ido el Salvador? perdón por el chiste) que, para mayor daño, a mí y al resto de los que estamos consiguiendo milagrosamente sobrevivir, haciéndole regates a los políticos de la Seguridad Social (en este jodido 2020 han fallecido casi 70.000 pensionistas mas que en 2019), ha obligando a Sánchez a ponernos a los españoles (también a las españolas; faltaría más, ellas también se lo merecen) en manos de una perfecta desconocida -a pesar de llevar casi un año como ministra de Política Territorial y Función Pública, lugar tranquilo para la conservación y descanso de su palmito- para que nos la siga sacudiendo. No se, no se; no parece que se la vea con la energía que es necesaria para hacerlo al gusto de todos los españoles que estén o vayan a estar necesitados de su ministerial servicio.
Pero con este Gobierno no se puede decir que todo es malo... de momento bueno... bueno... ¡Vaya! no se me ocurre nada... ¡ah si! el nombramiento de Miguel Izeta como ministro de Política Territorial y Función Pública, para que no se fatigue. No por lo que pudiera hacer al frente de esas cosas, que ya sabemos lo listos que son ellos y sus múltiples asesores personales que les financiamos -no hay más que ver el chozo para saber como es el guarda-, sino por que su llegada a la plantilla ministerial nos acerca a la más que necesaria, imprescindible, próxima igualdad entre homosexuales y heterosexuales que nos llenará de orgullo por ser -en eso si- los primeros en el Mundo entero y, después de cubrir esas primeras neciosidades, ya habrá tiempo para encontrar a una persona verdaderamente capacitada, no los chapuzantes a los que se nos tiene acostumbrados, para organizar desde el ministerio la maltrecha Industria nacional, como empieza a ser vital encontrar, seguramente en la empresa privada, porque en la calle Ferraz no hay una persona que ponga en activo el Campo: la ganadería, la agricultura, la pesca. Y con la misma necesidad esta esperando el comercio en general, y resto de cosas que crean el buen movimiento interno de un nación.
Ya sé; la he pintado de verde con el tema Izeta; se que habrá quienes me tilden de homófobo fascista, con categoría de tomo y lomo. Es igual; no sufro, las personas homosexuales, no son pocas, que reconozco como amigos y me reconocen como amigo saben que yo les respeto a ellos y respeto, porque no debe ser de otro modo, la homosexualidad, porque no es de razón condenar a nadie por disfrutar de lo que la propia naturaleza humana nos ha regalado a todos y todas. Lo que no respeto, ni acepto de ninguna de las maneras que se me obligue a ello, es a respetar a quienes continuamente salen a la calle, que es de todos, utilizando su peculiaridad con exageración ridícula y provocativa como arma agresiva contra todo quisque, incluidos los homosexuales que viven su normalidad sin escándalo, como sin escándalo viven el resto de los mortales su normalidad.
Eloy R. Mirayo.
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