No hay nada que lastre más a un país, para que pueda salir de una profunda crisis negativa, que el que sus habitantes pierdan la fe en sus clases dirigentes y caigan en un estado de abúlica melancolía. No sé si este acertado pensamiento se ha dicho, quizá por Confucio, Winston Churchill, José Ortega y Gasset, Leire Pajín o José Blanco (como soy un niño muy timidín, no diré que se me ha ocurrido a mí).
El gobierno de una nación, para que se pueda decir que cumple con el mandato recibido de las urnas, que al fin y al cabo son sus propias propuestas admitidas por los votantes, no puede escoger, de entre todas las obligaciones del cargo, las que mejor le caigan; las más agradables; las más cómodas; las que mayor gloria le acarreen o las que al ser cumplidas cosechen mayores adhesiones populares. Todo lo que cae en la responsabilidad del gobierno, por nimio que parezca, es absolutamente trancendente.
Así debería ser y no lo es porque, este sistema, como ya se ha dicho millones de veces, se ve mediatizado por el peor de los males; la falta de patriotismo, que sustituye por la necesidad de llenar las urnas; la imperiosa necesidad de que el nombre de alguien, sea quien sea; sabio o necio; honrado o más ladrón que “El Pernales”, sea quien más repetido salga en el recuento. Después, como con los melones y las sandias, hasta que no los rajas (mira tú que pena) no sabes lo que te vas a encontrar.
Sí, es cierto que últimamente nos ha salido una mala cosecha, que mejor sería tirársela como comida a los cerdos aunque, como en Rebelión en la Granja, un día pudieran ser esos cerdos quienes llegaran a gobernarnos; seguro que no lo harían peor. Este sistema, la democracia, es un sistema verborreico, simplicio y embustero, refugio de perjuro traidores -me refiero a todos aquellos que se pasaron media vida jurando los Principios del Movimiento Nacional- cobardes que, ratas como son, vivieron solapados -algunos deshonrando la camisa azul mahón- cobardemente, entonces, baladronean ahora de su participación en una lucha –prácticamente inexistente- contra lo que llaman el franquismo. Desde su implantación en España, no hay nada bueno y honorable que haya echado raíces. No hay emisora de radio y televisión en donde durante el tiempo de emisión no se den tres o cuatro espacios de tertulias, en las que la mayor parte de los tertulianos, sin convicción, como buenos democritos, simplemente para crear polémica (fingida) con otros tertulianos (democritos) con su mismo grado de convicción, discuten de la misma cosa, usando el mismo arma para defender su argumentación: la mentira. Y, aunque parecen muy enconadas sus “justas caballerescas” defendiendo algo que nos atañe a todos, es falso; pura falsificación; ficción que esconde los verdaderos motivos de su presencia en platós y estudios radiofónicos; pillar unos cuantos euros por su representación teatral. Esas gentes son los “muñegotes” que el sistema usa para entretener, a los muchos que entretienen, como en el parque del Retiro de Madrid, el Guiñol entretenía a los niños, mientras que a las muchachas de servicio que les cuidaban, las entretenían los “sorchis” (soldaditos de aquel glorioso ejército español).
El gobierno de una nación, para que se pueda decir que cumple con el mandato recibido de las urnas, que al fin y al cabo son sus propias propuestas admitidas por los votantes, no puede escoger, de entre todas las obligaciones del cargo, las que mejor le caigan; las más agradables; las más cómodas; las que mayor gloria le acarreen o las que al ser cumplidas cosechen mayores adhesiones populares. Todo lo que cae en la responsabilidad del gobierno, por nimio que parezca, es absolutamente trancendente.
Así debería ser y no lo es porque, este sistema, como ya se ha dicho millones de veces, se ve mediatizado por el peor de los males; la falta de patriotismo, que sustituye por la necesidad de llenar las urnas; la imperiosa necesidad de que el nombre de alguien, sea quien sea; sabio o necio; honrado o más ladrón que “El Pernales”, sea quien más repetido salga en el recuento. Después, como con los melones y las sandias, hasta que no los rajas (mira tú que pena) no sabes lo que te vas a encontrar.
Sí, es cierto que últimamente nos ha salido una mala cosecha, que mejor sería tirársela como comida a los cerdos aunque, como en Rebelión en la Granja, un día pudieran ser esos cerdos quienes llegaran a gobernarnos; seguro que no lo harían peor. Este sistema, la democracia, es un sistema verborreico, simplicio y embustero, refugio de perjuro traidores -me refiero a todos aquellos que se pasaron media vida jurando los Principios del Movimiento Nacional- cobardes que, ratas como son, vivieron solapados -algunos deshonrando la camisa azul mahón- cobardemente, entonces, baladronean ahora de su participación en una lucha –prácticamente inexistente- contra lo que llaman el franquismo. Desde su implantación en España, no hay nada bueno y honorable que haya echado raíces. No hay emisora de radio y televisión en donde durante el tiempo de emisión no se den tres o cuatro espacios de tertulias, en las que la mayor parte de los tertulianos, sin convicción, como buenos democritos, simplemente para crear polémica (fingida) con otros tertulianos (democritos) con su mismo grado de convicción, discuten de la misma cosa, usando el mismo arma para defender su argumentación: la mentira. Y, aunque parecen muy enconadas sus “justas caballerescas” defendiendo algo que nos atañe a todos, es falso; pura falsificación; ficción que esconde los verdaderos motivos de su presencia en platós y estudios radiofónicos; pillar unos cuantos euros por su representación teatral. Esas gentes son los “muñegotes” que el sistema usa para entretener, a los muchos que entretienen, como en el parque del Retiro de Madrid, el Guiñol entretenía a los niños, mientras que a las muchachas de servicio que les cuidaban, las entretenían los “sorchis” (soldaditos de aquel glorioso ejército español).
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