jueves, 15 de noviembre de 2012

UN EXTRATERRESTRE.

Es lo más sencillo de cuantas cosas pueden hacerse: buscar al culpable entre las personas que no tienen el vehículo adecuado para responder adecuadamente al infame que se aprovecha de su preeminente posición. Es, como si le dieran de bofetadas a un manco de los dos brazos; insultar a un sordo o pegar a una criatura recién nacida. Eso es lo que se ha “atrevido” en el diario “El Mundo”, uno de sus colaboradores, don Salvador Sostres: “Pero lo que ha fallado en España no ha sido el sistema, ni los bancos, ni las hipotecas, sino la gente. La gente que ha estirado más el brazo que la manga sin ningún tipo de reparo, la gente que ha firmado hipotecas como si fueran autógrafos, sin leer la letra pequeña ni la grande, la gente que se han endeudado con total frivolidad, muchas veces para irse de vacaciones o para comprarse un coche o una tele de mejor gama (las personas no se arruinan si les retira un coche o una televisión); la gente que se ha creído que teníamos (¿teníamos?) derecho a todo gratis”. (Un preso le dice al policía: "este y yo semos maricones"; "somos" le rectifica el policía; "¿es que usted, señor agente, también es maricón?").

Si; hoy, después de haber leído con calma el articulo de don Salvador Sostres, he asumido mi error. Desde la primera noticia que tuve sobre existencia de la llegada de extraterrestres a la Tierra, me negué a aceptar su existencia, entre otras cosas, porque ¿para qué? Pues, mis queridos camaradas y amigos, hoy, no me queda más remedio que entonar el mea culpa y aceptar públicamente que, al menos uno, si que ha aterrizado en la Tierra; en España; en el periódico El Mundo: don Salvador Sostres. ¡Claro! Como es un extraterrestre no ha tenido que solicitar jamás una hipoteca, por lo que no ha tenido que sufrir el trayecto que un humano ha de caminar hasta que le ponen los numeritos negros en la cuenta corriente. En primer lugar, el solicitante, algo que usted por su condición de alienígena no puede saber, debe demostrar que deja como empeño, el bien que se va a comprar, normalmente un piso, con el dinero de la hipoteca, más unos avales superiores a la cantidad que se solicita. Después, cuando la cosa se pone en marcha, la entidad crediticia, desplaza un tasador que presta sus servicios a una empresa de la entidad crediticia que es quien valora lo que se deja en empeño. Cuando llega el momento de la firma, si es que la solicitud es aceptada, se ha de pasar (experiencia propia) a un despacho donde están unos señores conocidos, y le dan a leer un contrato con un amplio numero de folios, que contienen una interminable retahíla de artículos, la mayoría indescifrables, y que, para hacerlo más complicado, su texto va en un tamaño de letra que para poderlo descifrar, habría que haber buscado la ayuda de la lupa de Sherlock Holmes, que según se dice es de muchos aumentos. Mientras el solicitante inicia la lectura, los desconocidos, sin desviar la mirada, se mueven en las sillas con impaciencia. Así que el solicitante las da por leídas y las condiciones contractuales quedan vírgenes. La seriedad y honradez de la Caja o el Banco, se da por aceptada (caso error).

A la gente humilde, nada nos sale gratis y, como sabemos que la cosa es siempre así, desde el primer mes empezamos a pagar la cuota que nos ha sido impuesta, sintiéndonos orgullosos, cada mes, de haberla satisfecho. Nosotros, los acusados de estirar el brazo más allá de donde acaba la manga, todo lo que tenemos huele maravillosamente a sudor y sacrificio y, si alguna vez, como ocurre en estos momentos, fallamos, no lo dude usted, señor Sostres, nunca será porque el dinero lo gastamos en vicios, en vez de cumplir con nuestra hipoteca, sino porque el sucio capitalismo asociado con los políticos, se dedique a ponernos la zancadilla y, cansados de vernos “prosperar” en nuestra sencillez, redoblen el impulso a su hazaña de robarnos, hasta el pequeño lugar donde caer desfallecidos.

“Que todo el mundo tenga derecho a una vivienda digna no significa que esta vivienda tenga que ser en la calle Serrano ni en Sarriá”. Esto que dice en su artículo el señor Sostres, me reafirma en la creencia de que este señor, ha caído desde más allá de las nubes (quizá de un guindo). Así que ¿las dificultades de la gente hipotecada es porque todos nos hemos comprado un piso en la Calle Serrano o en Sarriá? No, mire usted; las dificultades económicas que está llevando a ser desahuciados, las están pasando personas que han sido barridas de su puesto de trabajo, personas que se empeñaron con bancos y cajas de ahorro, por la compra en barrios obreros o periféricos, no en zonas residenciales de lujo.

Don Salvador Sostres; las personas que han sido desahuciadas y las que en breve lo serán, no han cometido más pecado que el creer que tenían tanto derecho a comprarse un piso, como lo hicieron sus padres durante la “terrible Dictadura”. ¡Que diferencia! Entonces los trabajadores se compraron pisos y ahora, en la Democracia, los quitan.

Del citado artículo queda mucha tela por cortar, pero no tengo tiempo ni espacio, son la 1,30 de la madrugada y, además de ser una hora muy apropiada para meterme en el “sobre”, alargarme con el mismo tema, sería aburrido.

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