Mal de Altura. Además de ser una patología que sufrimos algunas personas, es el virus que infecta a los seres más o menos humanos cuando se inician en la política, y que se les va agravando según van ascendiendo en el partido, llegando a alta virulencia cuando se alcanzan los aledaños del poder, pasando al paroxismo cuando se pisa la gruesa alfombra persa del despacho de la presidencia del Gobierno.
Cuando un humanoide, de ambos sexos, pasa de ser Pepe/a Pis, a excelentísimo señor/a Pepe/a Pis, se le ve, si se mira con atención, como poco a poco se eleva despacito hasta situarse, según el cargo político alcanzado, a una altura considerable de la superficie que pisamos los humanos.
A esa altura en la que tan cómodamente levita, aunque no haga muchas lunas que él pisaba suelo, lo que afecta a la plebe es una problemática basta y ordinaria que por estar por debajo de sus suelas, nos les afecta, siempre que no se pueda convertir en un arma arrojadiza que pudiera ser usada por otro humanoide perteneciente al partido en la oposición.
¡No…! No son seres humanos corrientes y molientes como nosotros, que hacemos pipí, caca y además sudamos en el trabajo; ellos son una mezcla de humanoide y androide que flota por su hábitat con sonrisa forzada como tarjeta de visita, besando a viejecitas y a niños con mocos hasta la barbilla, y el bolsillo presto a tomar comisiones. Estos híbridos de humano y robot, son finos y delicados a la par de insensibles y pecando de cursis que, cuando se reunen para tratar entre ellos de asuntos, más o menos oficiales, para cerrar el “trato” que normalmente nos joderá, lo hacen comiendo en restaurantes de cinco tenedores -mantel y servilletas de delicado hilo-, viandas de primera, vinos de carísima reserva y güisqui escocés de 12 o más años, aunque para ello tengan que bajarse de su nube mágica para pagar, con tarjeta Visa oro a cargo del gobierno, al metre, nunca al camarero, sería rebajarse.
Este espécimen raro, pero no en peligro de extinción, a las personas normales nos mira como sus señoras y mancebas miran a un cocodrilo. Ellos nos ven como abejas laboriosas que vamos llenando su panal de miel –euros- y ellas mirando al cocodrilo lo que ven es un par de magníficos zapatos y un elegantísimo bolso.
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