España se está convirtiendo poco a poco en un lugar insólito, donde unas pocas abejas laboran para que muchos zánganos vivan como el rajá de Caputala. Esto no puede ser así; en los panales, las abejas obreras son muchas más que los zánganos, por lo que la labor es menos penosa. Pero, si la alimentación que traen las obreras escasea, estas expulsan a los zánganos fuera de la colmena y mueren de hambre y frio.
Los españoles (abejas obreras) deberíamos prensar si no es este el momento exacto de exigir a los zánganos (politicos) que se vayan a hacer puñetas de una puta vez, pero dejando los euros que se llevan entre las uñas, en el lugar en el que estaban cuando los sustrajeron. Nunca como en estos momentos, los españoles hemos estado en peores condiciones ¡Jamás! ¡Nunca! Dígalo quien lo diga, los españoles nunca hemos tenido una perspectiva tan negra. Ni cuando el racionamiento de los alimentos; ni cuando en las casas no había calefacción en invierno, ni teníamos nevera para el verano. ¡Nunca! Ni cuando la ropa era heredada de padres a hijos y de hermano a hermano, ni cuando tapábamos los agujeros en las suelas del zapato con cartón. ¡Nunca! Ni cuando limpiábamos separando los bichos que traían las lentejas antes de que fueran a la olla en compañía de un poco de tocino y un poco de chorizo, no siempre, ni cuando la tortilla del “Tío Nelo” y el puré de “San Antonio”. Ni cuando nos cortaban la luz, ni cuando faltaba el agua. ¡Nunca! Ni cuando el veraneo de los más afortunados lo pasaban en el balcón de sus casas, con botijo y abanico. ¡Nunca! ¡Nunca! ¡Nunca!.
¿Masoquismo? No, realismo. El ser humano puede prescindir de casi todo lo que, erróneamente, se cree imprescindible: televisión, coche, segunda vivienda, restaurante, tabaco, bebidas alcohólicas, solomillos, chuletón, turismo, calefacción, aire acondicionado… Pero de lo que no puede prescindir es de la ESPERANZA. Esperanza de algo mejor; esperanza de poder crear una familia y de poder mantenerla; esperanza de ver crecer y llegar más lejos a los hijos; esperanza de trabajar y ascender en su profesión; esperanza de una vez terminado el año, el siguiente sea algo mejor; esperanza, esperanza, esperanza… ¡Coño! Esperanza de poder alcanzar, hasta lo inalcanzable.
Hasta eso, se han cargado esos hijos de la gran puta que se han acercado al poder político con el insano propósito de robar todo cuanto han podido, y más, hasta dejarnos con el cuero al sol. Y no se han conformado con el “metálico” que se han llevado –aun se están llevando-, que también se han llevado el futuro de varias generaciones; los ahorros de muchos jubilados, de viudas; el esfuerzo de comerciantes e industriales; el mercado exterior de nuestra producción; nuestro honor y el de España en el exterior.
Los españoles de la posguerra las pasamos de todos los colores, pero no teníamos las obligaciones que, poco a poco, a través de la propaganda, nos han ido incitando a asumir el capitalismo salvaje a través de los bancos, con el caramelo de que “todo eso”, nos haría más felices. La lluvia de recibos –hipoteca, gas, luz, gasolina, IBI, veraneo financiado- en vez de darnos más felicidad, nos ha dado papeletas premiadas para el sorteo del infarto de miocardio. Y, cuando ya teníamos asumida la angustia y vivíamos con esa pesada carga sobre el hombro, llega la manada de cabrones con las letras, PSOE, marcadas en la nalga -más algunos PP de relleno-, y se ponen a gastarse nuestros euros en putas y cocaína; en palacios en Palma de Mallorca; en caros pisos en calles céntricas o en elegantes urbanizaciones de Madrid; en exóticos viajes, con buena compañía; muebles, ropas y calzados carísimos...
Vinieron pobres y se van millonarios. ¿Alguien les pedirá cuentas? ¡No! Hoy por ti, mañana por mí.
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