Como en rebaños de ovejas siempre hay un carnero de retorcidos cuernos, viejo, gordo y feo que, además de defender con la testuz su preeminencia, es quien le guía por la extensa estepa camino de los verdes pastos al ir y de la majada al volver. Eso es exactamente lo que ocurre con un rebaño de juristas progresistas que ha elegido al juez Baltasar Garzón, como su gran carnero de retorcidos cuernos, dicho sea en sentido figurado. Este rebaño de ovejunos y ovejunas juristas, junto a algunos titiriteros de la ceja marchita, políticos de la izquierda cerril y alguno del PP, y los tontos útiles de siempre que se apuntan a cualquier cosa, sin tener la menor idea para que. Pues bien, este rebaño de jueces y fiscales que pulula por los pasillos de los juzgados de la Plaza de Castilla, han decidido, para exonerar a se gran carnero de cuernos retorcidos de la acusación bien fundada de prevaricación, institucionalizar la prevaricación, como novedosa forma de impartir justicia, sin importarles una “higa” los derechos constitucionales de los encausados y de sus abogados, que fueran por él espiados en los locutorios de la cárcel.
Hace un par de días el diario El Mundo ha publicado la siguiente noticia: “La Sala de lo Penal del Tribunal Supremo no investigará al presidente del banco Santander, Emilio Botín, por sus pagos al juez Garzón para participar en dos cursos en la Universidad de Nueva York en 2005 y 2006.” El Alto Tribunal ha considerado que el presunto delito de cohecho había prescrito al haber transcurrido más de tres años. No dice el alto tribunal que no hubiera delito, sino que ha prescrito. Muy interesante.
Es seguro que don Emilio Botín no debió dormir a la pata la llana, hasta el preciso momento en el que se enteró del buenísimo aprovecho que el juez Garzón había conseguido de los cursos en tan respetadísima universidad neoyorquina. Hay quien dice, mala que es la gente, que al señor don Emilio Botín, le llegó la plena tranquilidad en el sueño, cuando se enteró que el caso que tenía pendiente en el juzgado nº 5 de la Audiencia Nacional, había sido transferido al país del Nunca Jamás.
Lo que parece que no está lo suficientemente claro es si el dinerito fresco que don Emilio le mandó al juez fue una dádiva filantrópica o, si fue un pago a los servicios prestados, o a los que se fueran a prestar.
La democracia, que venía a traernos derechos, los ha debido extraviar entre los cuernos de algún cabrón.
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